El centro
SEGUNDO BRU La obsesión por el centro político está llegando a niveles compulsivos. Zaplana ya intentó usufructuar el abstruso concepto del centro radical de Blair, entrando así en el terreno favorito de otro centrista profesional, el candidato Romero. Aznar vuelve de Les Platgetes de Bellver con renovados bríos centristas. La cabeza de Miguel Ángel Rodríguez fue la ofrenda preestival al Moloch del centro y Cascos será inmolado, orgánicamente, claro, porque en el gobierno seguirá, en las mismas aras. La idea de centro puede parecer atrayente porque sugiere, erróneamente, una situación de equilibrio, equidistante entre dos fuerzas. Nada más falso, puesto que cualquiera que posea las más elementales nociones de mecánica sabe que el equilibrio no tiene por qué producirse necesariamente en el centro, entran otros factores en juego para determinar dónde está el punto de equilibrio. Alguna gente del PSOE podría, sin violentar excesivamente sus planteamientos, estar en el PP y viceversa, ¿dónde estaría su centro ahora mismo?, ¿qué es el centro para la extrema derecha que vota PP?, ¿por qué desde la extrema izquierda se aterriza sin problemas, y frecuentemente sin escalas intermedias, en la derecha, véanse los casos de la Villalobos, Pilar del Castillo, Blasco, Villaescusa o Lis, sin ir más lejos? Quizá lo determinante de su atractivo sea que en la polisemia del centro entra la imagen de moderación. A fin de cuentas no parece muy diferenciable el concepto de centro radical del de izquierda moderada, castración semántica al margen para eludir la referencia, por tenue que sea, a la secular tradición de la izquierda, tan satanizada ella por fascistas y neoliberales. Los politólogos, necesitados de llenar la caja de herramientas de su joven ciencia, han importado de la economía -que es la más dura de las ciencias blandas o la más blanda de las ciencias duras, según se mire- el llamado principio de diferenciación mínima, que explica tanto la proximidad en la ubicación de los supermercados como la monótona reiteración de los mismos diseños de automóviles en todas las marcas y que puede exponerse en términos tan simples que hasta el propio Aznar ha debido entenderlo. Supongamos una playa de un kilómetro de extensión, en la cual los bañistas están distribuidos a intervalos iguales. Llega un vendedor de helados, ¿dónde colocará su puesto? En el centro de la playa, diría Aznar, porque así la distancia máxima para comprar es de un kilómetro, medio de ida, medio de vuelta. Pero en esto que llega un segundo vendedor y se encuentra con el problema de decidir dónde situarse. Si se coloca próximo a cualquiera de los extremos de la playa dejará a más de la mitad de los bañistas como clientes del otro, por tanto su colocación óptima es junto al primero, puesto que así le disputará la mitad de la clientela. Cualquier distanciamiento del centro se traduce en pérdida de ventas. Claro que no es lo mismo comprar helados que votar propuestas electorales. Lo único que nos dice este principio, junto con el teorema del votante medio, es que los partidos de gobierno tenderán a asemejarse tanto más cuanto mayores sean sus carencias ideológicas y el pragmatismo de sus dirigentes. O sea que yo, entre las monsergas centristas de Romero y de Zaplana, me quedo con Battiato, que también busca un centro de gravedad pero permanente. Lo cual no deja de ser una gran ventaja.
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