_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Contra el desorden mundial

Lo que no habíamos logrado con nuestros análisis, a saber, desinflar el concepto puramente ideológico de globalización, he aquí que lo consiguen, y con creces, unas graves crisis financieras. Se nos decía que todos los cambios en curso eran interdependientes, que la sociedad de la información, el aumento del comercio mundial, el desarrollo de las redes financieras internacionales, el auge de las economías emergentes e incluso la hegemonía norteamericana eran aspectos de la misma sociedad que se formaba ante nuestros ojos: había que tomarlo o dejarlo, en bloque; no se podía andar seleccionando.Resultaba, sin embargo, fácil ver que la formación de una sociedad de la información, tendencia a largo plazo, no tenía gran cosa que ver con el desarrollo de los intercambios financieros, que van mucho más allá de los intercambios comerciales, ni con una subida de las bolsas, que supera de lejos a la de la producción. Henos aquí de nuevo ante una sencilla observación: el nacimiento de una nueva sociedad, con sus formas de producción y de consumo, su organización del trabajo y de la toma de decisiones, es una cosa, y la gestión de los recursos puestos en movimiento por las transformaciones económicas y tecnológicas, otra.

Tomemos el caso más obvio. Estados Unidos ha creado y desarrollado un conjunto de nuevas tecnologías que han revolucionado nuestras vidas; de ahí proviene gran parte de su superioridad, totalmente justificada, frente a Europa, Japón y el resto del mundo. Pero el que la sociedad norteamericana no funcione ya basándose en el ahorro, sino en las ganancias bursátiles de la mitad de la población, y que se haya creado por tanto en Wall Street una burbuja financiera todavía más grande que aquélla cuya explosión sumió a Japón en el estancamiento hace ya más de cinco años, es una cuestión totalmente distinta.

Volvamos a un vocabulario consistente. Hablemos de sociedad industrial, o en la actualidad de sociedad de la información, para designar un tipo de producción y de organización; hablemos de capitalismo, socialismo o nacionalismo para definir distintos modos de gestión del cambio. Desde hace dos siglos hemos visto cómo los países se convertían en sociedades industriales cuyo sistema de producción era comparable, aunque lo hicieran siguiendo modelos de desarrollo muy diferentes: en ocasiones totalmente capitalistas, como en Gran Bretaña y Estados Unidos; dirigidos a veces por un Estado modernizador, como en Francia y sobre todo en Alemania, Japón, y después en India, México o Brasil; e incluso gobernados directamente por un poder comunista de una u otra clase. A esto hay que añadir, por descontado, que la coyuntura internacional es todavía algo más que un sistema de producción o un modelo de desarrollo, y que la hegemonía estadounidense tiene más que ver con la caída del imperio soviético que con el desarrollo de los intercambios financieros internacionales y de la Bolsa de Nueva York.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Lo que estamos viviendo hoy día no es la crisis de la sociedad de la información; no es el debilitamiento de las empresas transnacionales; es la crisis del sistema financiero internacional, de la mundialización de los capitales, y por consiguiente, y muy concretamente, del capitalismo. Las crisis del petróleo desatadas por los países productores en los años setenta provocaron graves trastornos económicos. Las razones de esto ya no eran técnicas, ni siquiera propiamente económicas, sino financieras, capitalistas. Pero, claro está, los actuales tornados financieros se desencadenan a partir de situaciones económicas verdaderamente frágiles, aunque habría que precisar que se trata a menudo más bien de situaciones financieras, como se vio en Corea, donde los grandes grupos se habían endeudado en exceso.

El mundo se nos presenta como un juego de dominó. El tornado que se originó en el sureste asiático agravó la crisis japonesa y provocó el derrumbe de Corea del Sur, seguida por la profunda crisis de la economía rusa, y podría extenderse ahora a países exportadores de materias primas, desde Venezuela a Noruega, y poner en peligro asimismo a países que disponen de un amplio mercado interno y de una producción industrial considerable, como Brasil. Esta crisis, que podría alcanzar incluso a Estados Unidos, mucho menos protegido que los países de la Unión Europea, requiere los mismos remedios que los de todas las crisis provocadas por el capitalismo, es decir, por la ruptura de los controles sociales de la economía y la pretensión de esta última de utilizar en su provecho, y según sus únicos criterios, todos los demás aspectos de la vida social, incluidas las necesidades fundamentales de la vida humana. Necesitamos políticas voluntaristas que reconstruyan los controles políticos y sociales de la economía. En este sentido, la creación del euro se presenta cada vez más como un elemento positivo, que aleja el peligro de nuevas devaluaciones competitivas y refuerza la voluntad de acción común de los países miembros.

Pero hay que ir más lejos y en otras direcciones que no sean las que nos indican los liberales cegados. Necesitamos ante todo reforzar nuestro consumo interno, nuestra capacidad de desarrollo técnico y la integración de nuestra sociedad. Ésos son los tres objetivos fundamentales a los que debemos dar prioridad.

Lo que ha devuelto el crecimiento a Europa es el restablecimiento del consumo, y podemos esperar que ese progreso, unido al temor que inspiran las inversiones especulativas, haga aumentar la inversión productiva en detrimento de la búsqueda de beneficios puramente financieros. Este objetivo corre parejo con la idea más amplia, más social que económica, de que hay que crear las condiciones de lo que la señora Bruntland llamó un desarrollo sostenible. Cuanto más compleja es nuestra sociedad, más frágil se vuelve y más medidas preventivas deben tomarse contra los riesgos importantes: crisis ecológicas, deterioro de las ciudades, enfrentamientos interculturales, desocialización de los jóvenes o soledad de los viejos. Ahí es donde se encuentran importantes yacimientos de empleo, pero sobre todo la respuesta indispensable a la "fractura social", que una gestión puramente capitalista de la economía y de la sociedad no ha hecho sino agravar. Nos

Pasa a la página siguiente

Viene de la página anterior

libraremos en fin más fácilmente de los desórdenes financieros si damos de nuevo mayor importancia a la tecnología, la producción y el trabajo. Mientras que en estos últimos años era de buen gusto hablar del fin del trabajo y de la entrada en una sociedad del ocio, es necesario devolverle ahora la prioridad a la producción. Ninguno de estos objetivos va en contra de la integración económica y monetaria de Europa; llaman incluso a reforzar la integración política del continente, al estilo de lo que desea Jacques Delors. Pero dan de nuevo prioridad, hay que decirlo, a la acción política, y ésta continúa situándose en un nivel sobre todo nacional, y cada vez más en un nivel regional o urbano. Porque la única fuerza que resiste a los desórdenes financieros es la voluntad de crear un orden social capaz de ofrecer progreso económico y solidaridad social.

La etapa que yo bauticé de transición liberal está cerrándose. No debería hacerlo por una catástrofe financiera que arrastre consigo a Wall Street y a las demás bolsas, sino por el renacer de políticas de integración social y de progreso de la producción. Y es, en primer lugar, en cada país, aunque de la forma más coordinada posible, donde esas políticas deben nacer e imponerse.

Alain Touraine es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_