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Dos víctimas del fundamentalismo político

El término "fundamentalismo" es un anglicismo derivado de la interpretación rigurosa de los fundamentos de la fe, pero su aplicación en política y sociología, a partir de unos principios laicos interpretados con criterio dogmático, ha envilecido la convivencia hasta el extremo de generar normas jurídicas inimaginables en el país tutor de la libertad individual y creador de los derechos del ciudadano (Legislatura de Tennessee, marzo de 1925. Ley prohibiendo toda enseñanza que cuestione la literalidad de la Biblia. Juicio y condena del profesor J.T.Scopes, 1926). José Rizal Mercado, médico oftalmólogo, escritor y héroe de la independencia filipina, era un tagalo con mestizaje chino, y su madre, Teodora Alonso, lo era de hispano y tagalo. Quizá dicho mestizaje fue el elemento de la singular personalidad de Rizal que pretendió coordinar el objetivo de la libertad colectiva con el de una educación individual plena, para generar hombres que pudieran optar con legitimidad a lo que en la cultura occidental se califica como ciudadanos conscientes, responsables y libres. Con profunda convicción afirmó: "La sociedad sólo tiene derecho a ser severa con los individuos cuando les ha ilustrado y suministrado los medios necesarios para la perfectibilidad moral" ("Noli me tangere", 1887).Resulta sorprendente la inusitada avidez cultural de Rizal. La cultura como ideal reivindicativo de la dignidad del hombre que le impulsó a incorporar el ideario liberal del mundo occidental a un proyecto político adecuado para un país de ciudadanos dueños de sus propios destinos, sin tutelas personales y libres de la miserable domesticación de la voluntad.

Por su compleja y rica personalidad, Rizal representa una tentación para la especulación ucrónica. Partiendo del supuesto de que su ciclo vital no hubiese sido interrumpido a los 35 años por la absurda e irracional decisión de un tribunal militar, y conociendo su excepcional cualificación intelectual, es muy sugestivo imaginar la densidad y calidad de la obra que podría haber forjado el doctor Rizal. Su vacío implica una ofensa a la libertad y una aflicción para la inteligencia.

Como contraste, tanto político como social, pero con interesantes vinculaciones intelectuales, Ramiro de Maeztu es un escritor vasco adscrito a la denominada Generación del 98, de personalidad compleja y proteica y, por tanto, poco apto para ser objeto de una esquematización simplificadora y reduccionista. Cinco razones adujo Pío Baroja para negar la realidad de la Generación del 98, pero la denominación tuvo éxito y Maeztu escribirá más tarde: "Cuando yo era joven, en el atropello del 98, que fue nuestro Sturm und Drang...", reconociendo así tanto su vinculación intelectual como los fundamentos románticos que caracterizan al grupo. Posteriormente, en 1931 la definirá como "la coincidencia en un tiempo memorable de diversos jóvenes de talento, la mayoría de los cuales no tenía la menor vocación política".

Maeztu estaba en aquel trance juvenil dominado por el ideal de un hombre regenerado, fuerte, capaz, árbitro de su destino y concebible en plenitud solamente en una sociedad realmente libre y respetuosa con la diversidad y la individualidad. No es difícil adivinar la sombra de Nietzsche tras sus apasionados argumentos.

En referencia al entorno cultural declara estar harto de las letanías de "los anémicos intelectuales" y de "la moral de los tullidos". (Hacia otra España, 1898). De esta insolvencia mental acusa con rudeza a escritores y responsables políticos, ya que "han dejado al Espíritu Santo el cuidado de pensar por ellos".

Sugiere la frase una referencia al recurso de sacralización de ciertos objetivos laicos y que Rizal ya había denunciado afirmando que "es más fácil creer que pensar".

No parece que el problema haya cambiado gran cosa desde entonces. Pensar está resultando una tarea inaccesible para algunos personajes del entorno sociopolítico. En cambio los preceptos y las normas resultan más cómodos y eficaces. Con frecuencia es el resultado de una educación determinada.

Pese a las discrepancias individuales, algunas fundamentales, es lógico percibir ciertos paralelismos entre el mordaz crítico vasco, joven y apasionado, y el agudo intelectual filipino, menos visceral en sus juicios, pero igualmente certero en sus sentencias. Ambos terminaron frente a un piquete, ejecutor fiel a "la obediencia debida": uno víctima de la unción trascendente de lo instituido; el otro sacrificado en aras de una utopía revolucionaria también sacralizada por unos dogmas y profecías presuntamente ineludibles, como consecuencia del supuesto cumplimiento inexorable de la historia.

No pretendieron el papel de pastor pero tampoco el de oveja, en una extrapolación laica del Salmo de David (s.23). El reconocimiento de la condición de oveja está en la letra pequeña de la solicitud de ingreso de algún partido. El navarro Miguel Servet mantenía el lema "libertatem meam mecum porto". Así le fue. No sabemos si reflexionó acerca de los inconvenientes de la singularidad y la autonomía personal, mientras ardía lentamente la leña verde purificadora del gran pecado de la diferencia.

Del único que conocemos una petición en el trance final es del doctor Rizal. Con voz firme solicitó a sus ejecutores tagalos: "No disparéis a la cabeza porque he estudiado mucho". No creo que tal ruego le hubiese servido de algo en un círculo sociopolítico en el que toda referencia a la cabeza se limita exclusivamente al cráneo.

José Luis Munoa Roiz es profesor emérito de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibersitatea.

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