Cuadro de luna
A alguien se le ocurrió que sería una gran idea dejar abierto un museo durante la noche. Que las horas de visita no coincidieran con el horario comercial ni con el de las oficinas o con el de las bibliotecas. A la idea de admitir visitas a horas intempestivas se sumó otra: dar de cenar (pagando, eso sí) a los que se acerquen a ver arte en horario nocturno. El plan, por muy original que pueda resultar en Madrid, funciona desde hace tiempo en Europa (por ejemplo, en el Museo del Louvre de París) y, por muy estrafalario que parezca, ha sido un rotundo éxito en los dos centros que lo han implantado este verano: el Museo Thyssen-Bornemisza, que abre sus puertas hasta las doce de la noche (pero sólo para ver la exposición de Paul Klee), y el Museo Lázaro Galdiano, dedicado a antigüedades y colecciones de arte del siglo XIX. Esta institución, dependiente del Ministerio de Cultura, ha permanecido cerrado en agosto, pero cuando comience septiembre volverán las visitas nocturnas guiadas todos los jueves. Se abrirá también la terraza instalada en el jardín de este palacete para tomar copas, donde todos tienen cabida, y no sólo los que entran al museo.Un dato curioso: en el mes de julio, el Lázaro Galdiano ha recibido más público por la noche que en el horario habitual. Mientras que de día entraron de 30 a 40 personas, las noches que abrió lo hicieron unas 240, según datos del propio museo.
A las once de una de las noches más calurosas de agosto, la gente cruza la verja del palacio de Villahermosa, sede del Thyssen-Bornemisza. Es una auténtica frontera que separa el mundanal ruido (que proviene del paseo de la Castellana y del centro de la ciudad) de un oasis de paz. Primero, las palmeras, las flores, la hierba y el olor que desprenden. Luego, los cuadros de Paul Klee (1879-1940). Todo conduce a la calma al visitante, que, salvo contadísimas excepciones, a estas horas de la noche siempre es un joven español (o española).
"Esto me parece la idea más cojonuda que se ha hecho en la ciudad desde hace 20 años. Seguro que no se le ha ocurrido al alcalde Álvarez del Manzano, que estará horrorizado con la idea de que haya cosas abiertas de noche", comenta en plan algo jocoso un joven flanqueado por dos amigos.
Él, como buena parte del público de la noche, se ha quedado sorprendido de verse tan acompañado durante la visita a la exposición. "Yo había dicho: va a ser [la exposición] toda para nosotros. Pero no todo puede ser perfecto", señala.
Delante de Demonio hembra dominando el mundo, pintado por este artista suizo en 1921, se besa una pareja, ambos muy arreglados. Como los que optan por cenar en alguna de las mesas instaladas en una esquina del jardín. La velada para ellos transcurre entre palmeras y la luz de las lámparas de las mesas. El restaurante del Thyssen se llena cada noche, pero su ambiente poco tiene que ver con el de las galerías que acogen el arte de Klee, uno de los más grandes creadores de este siglo.
La mayoría de los que recorren la muestra no entrarán a cenar. Dicen que es porque no les llega el presupuesto. "Nos hacía ilusión entrar en un museo a estas horas. Es algo muy novedoso, nadie va a un museo de noche", comentan dos amigas delante de uno de los cuadros inspirados en la arquitectura. Cerca, un entusiasta admirador de Klee señala los detalles del recuadro de una acuarela a su acompañante. Un recuadro, dice, "lleno de matices". Delante de Anatomía de Afrodita hay cierto bullicio. En algunos casos, acudir a una muestra a las once de la noche ha sido una cuestión de "aprovechar el tiempo". "Es que durante el día estudiamos. Es para los exámenes de septiembre", dice una alumna de Historia del Arte.
Nada hace sospechar que son las once de la noche. Cuesta trabajo, por ejemplo, quedarse completamente solo delante de un cuadro. Cada noche, desde las siete de la tarde hasta las doce de la noche, entran unas 450 personas en la muestra de Klee. De día lo hacen de 700 a 800. Nada más cruzar la verja por segunda vez, unas zanjas cavadas en la acera nos recuerdan que hemos vuelto a la realidad.
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