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Actualidad permanente de un libro de Ortega

Expresiones como "sociedad de masas", "medios de comunicación de masas" o "deporte de masas" han hecho fortuna. A nadie extrañan ya ni resuenan en los oídos como términos descalificadores porque se ha terminado imponiendo su aspecto descriptivo sobre el valorativo. Cuando con el siglo que ahora termina las masas emergieron a la superficie y con su mera presencia se convirtieron en el personaje central del acontecer histórico, los filósofos y los políticos, los científicos sociales y los poetas se interrogaron acerca de su forma de ser, de sus pretensiones, de su destino. Probablemente no sólo eran una fuerza -cosa que captaron inmediatamente algunos líderes-, sino una nueva forma de humanidad. Uno de los primeros en reflexionar sobre estas cuestiones fue Ortega y Gasset con un libro que alcanzó muy pronto un notable éxito. Ahora aparece otra edición de La rebelión de las masas, en castellano y con la novedad de contener un importante aparato crítico, al cuidado de Thomas Mermall (Castalia, Madrid, 1998). Es una buena ocasión para volver a fatigar las sendas intelectuales que propone este libro, tan traducido, tan leído, tan acertado y tan mal interpretado en ocasiones.Pesan sobre estas páginas un buen número de equívocos. Pienso en la insistente lectura política que se ha venido haciendo a pesar de que su autor advierte ya en el primer capítulo, y en el "prólogo para franceses" que luego añadirá, que no es de eso de lo que se trata primordialmente, aunque sea un tema secundario insoslayable, dadas las consecuencias que habría de tener para Europa la intervención del "hombre-masa" en política, profetizadas ya aquí. Y es que, a diferencia de otros diagnósticos más ingenuos, Ortega no creyó que las masas desearan establecer sistemas políticos democráticos, sino que intentaron destruirlos. En cualquier caso, la lectura de este libro tan controvertido resultará inútil o contraproducente si no se tiene a la vista que una cosa son las masas reales, las comunidades de personas que habitan las naciones, y otra el tipo de hombre medio, que predomine en ellas y que, en ocasiones, es o puede llegar a ser un "hombre-masa". Otra confusión que pesa sobre el pasado de este libro es el de situarlo en la tradición de la crítica cultural de la sociedad democrática de masas, que tiene sus precedentes en algunas páginas de Nietzsche, Burckhardt, Spengler. Lo común a este punto de vista es considerar que la sociedad de masas destruye los valores de la "buena" cultura frente a otros valores civilizatorios, democratismo, utilitarismo, etcétera. Sin embargo, para Ortega, la aparición de las masas es síntoma de una "magnífica ascensión de nivel vital", el instante no es de decadencia, sino de plenitud; aunque matiza: "... vivimos en un tiempo que se siente fabulosamente capaz para realizar, pero no sabe qué realizar". Estamos ante una situación histórica nueva, que se configura sobre fenómenos y acontecimientos sociales, políticos y culturales nuevos. Ahora, repite Ortega en varias ocasiones, "todo es posible", lo mejor y lo peor. Quizá convenga recordar, aunque sea de pasada, que Hannah Arendt observa en algún lugar de su decisivo tratado Los orígenes del totalitarismo, tan cercano a La rebelión... en muchos aspectos, que el experimento totalitario consistió en demostrar justamente que "todo era posible".

El acontecimiento de "la rebelión de las masas" es el fruto de la maduración y éxito de las creaciones que caracterizan a la modernidad europea, a saber, la ciencia experimental y la organización política del Estado liberal-parlamentario. Masas, dice Ortega, ha habido siempre. El problema es su indocilidad frente a las minorías. ¿Qué significa esto? Que Europa -su compleja civilización basada en la ciencia físico-matemática y en la política liberal- ha sido edificada por las minorías, es decir, por un "tipo" de hombre que se disciplina a sí mismo, vive esforzadamente y asume libremente "dificultades y deberes". Ortega predice la sustitución de este estilo vital por otro, el del hombre-masa. Lejos de contener este diagnóstico un ataque a la sociedad democrática, como algunos han querido interpretar, proyecta una enérgica defensa de los principios constitutivos de la tradición liberal y democrática: "La democracia liberal fundada en la creación técnica es el tipo superior de vida pública hasta ahora conocido". Y también: "Es suicida todo retorno a formas de vida inferiores a las del siglo XIX". Esta defensa de las formas políticas alumbrada por la convergencia entre el principio liberal y el democrático constituye el suelo teórico desde donde se interpreta que los movimientos fascista y bolchevique son manifestaciones patentes del carácter "hombre-masa" y se predice su fracaso histórico, precisamente, por ser antiliberales.

No se trata sólo de crisis de valores o de instituciones, sino de crisis de hombres, del éthos o carácter moral que va a influir sobre el destino europeo, de las primicias que ese "temple caprichoso" va a derramar sobre la vida civil, pero también sobre el arte, las diversiones, el trabajo o los placeres. Ortega describe una configuración (gestalt) única, por medio de "personajes", cuya integración en un sujeto daría como resultado el boceto ideal del hombre-masa. Son, por tanto, aspectos de éste, el niño mimado, el joven que sólo tiene derechos, el señorito satisfecho, el especialista científico, el "primitivo" moderno y, finalmente, el fascista y el bolchevique. Comparten todos ellos la impresión de que la vida es fácil -todo puede conseguirse, pues la realidad no ofrece resistencia-; ser herméticos a las opiniones ajenas y confiar ciegamente en 1a acción directa. Bastaría con prolongar el análisis de uno cualquiera de estos rasgos para hallar, sin demasiada dificultad, las condiciones psicológicas que van a hacer posible los totalitarismos nazi y comunista. Según Mermall, las hipótesis de La rebelión... siguen siendo debatidas en Estados Unidos. Saul Bellow prologó una nueva edición en 1985 y los puntos de vista de Ortega están presentes en libros de notable repercusión como The Spoiled Child of the Western World, de Henry Fairlie, que contiene "una extensa crítica de la cultura de su país", o en el más reciente de Christopher Lasch, The Revolt of the Elites and the Betrayal of Democracy, que, como indica el título, polemiza respecto de si la responsabilidad reside más bien en la defección de las minorías que en la "rebelión" de las masas.

Esta recuperada actualidad -no exclusiva de EE UU- invita a pensar si no será el hombre-masa una posibilidad permanente de la civilización occidental. Los fenómenos descritos en La rebelión... no habrían desaparecido del horizonte histórico, sino desplazado su ámbito. Quizá haya ahora más docilidad en la esfera de la política, pero aumenta la indocilidad en la vida social. Reparemos en la crisis que atraviesan las instituciones educativas en el mundo occidental. Independientemente de las circunstancias coyunturales que contribuyan a ahondarla, tiene el inquietante formato de una "rebelión" del alumno-masa (su derecho a ser "motivado", a elegir, en fin, a ser aprobado) y la conjugada deserción de la minoría educadora (deserción en la que colaboran eficazmente el experto pedagogo y el político que reforma). Incomunicación -es decir, hermetismo, el componente constitutivo del alma del sujeto-masa- entre padres e hijos, entre profesores y alumnos: programación televisiva de una ínfima calidad -derecho a la vulgaridad- o una vida cultural y universitaria vaciada de jerarquía intelectual.

Ninguna de estas observaciones aspiran a la categoría de diagnóstico, pero es posible que, ante manifestaciones tan inquietantes de nuestra modernidad tardía, el marco conceptual que propone La rebelión de las masas, un manojo de distinciones (por ejemplo, entre "democracia" e "hiperdemocracia") y algunas inquietantes preguntas -"¿qué insuficiencias radicales padece la cultura europea moderna?"- justifiquen sobradamente que nuevas generaciones de lectores concedan atención y un poco de esfuerzo a este viejo, nuevo libro.

José Lasaga es doctor en Filosofía.

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