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Una caja de zapatos con cigarrillos

Alguien de los records Guinness debería dejarse caer por Granada algún día y acercarse hasta la calle Reyes Católicos, en el puro corazón de la ciudad, para comprar un paquete de cigarrillos. Inscribiría inmediatamente en el libro a la expenduría número 3 como el estanco más pequeño del mundo, casi un nicho. Dos metros de fondo por un metro de ancho. Una caja de zapatos. En ella trabaja desde hace 20 años su dependienta, María del Carmen Robles. "Después de tanto tiempo ya me he acostumbrado y no me resulta extraño moverme por aquí", explica. "Pero sí, chico sí que es el estanco". Tan chico que el único movimiento posible es dos metros hacia delante o hacia atrás, pero nunca de un lado a otro. En ese espacio la economía de medios es tal que caben centenares y centenares de cajetillas y cartones de tabaco, encendedores, chicles, sobres de cartas, sellos, bolígrafos y cualquier cosa que pueda conseguirse en un estanco normal. "Lo único que no se vende aquí es vino, pero sí todo lo demás", afirma. Para María del Carmen Robles el estanco está relacionado con su vida prácticamente desde que nació. Es estanco desde hace cincuenta años, pero antes había sido panadería, en aquellos tiempos en los que una torta valdría menos de una gorda. Cuando se le pregunta si cree que podría ser el estanco más pequeño de España, ella espeta convencida: "¡Creo que es el estanco más chico del mundo!". Tan extraño y asombroso resulta que multitud de extranjeros, en su mayoría japoneses, piden hacerle una foto para llevársela de recuerdo a sus países de origen. Otros se quedan maravillados del estricto orden que impera en el interior y en la imaginación desplegada por esta mujer para que quepa cualquier cosa. Desde lo que es prácticamente un ventanuco que sirve como mostrador, María del Carmen Robles ha visto miles y miles de cosas suceder en la calle, una de las arterias importantes de Granada. "Lo más desagradable que vi fue el tiroteo contra un muchacho que fue asesinado prácticamente ahí delante. Fue horrible", explica. El estanco, por minúsculo que parezca, ha sido también objeto de codicia por parte de los ladrones en alguna ocasión. "Una vez entraron y se llevaron cosas por valor de 1.700.000 pesetas", recuerda la dependienta. "No tuvieron miramiento alguno con esto". Pero tal vez la anécdota más llamativa que recuerda es la que le sucedió en cierta ocasión, cuando alguien, en la calle, le dio un tironazo y le robó un cartón de Fortuna que llevaba debajo del brazo camino al trabajo. "Me robaron el cartón", dice,"y dos días después, sin embargo, alguien dejó en el mostrador el dinero. Tal vez tuvo un ataque de remordimiento". Sonríe con cierta ironía cuando se le pregunta si los propietarios del estanco se han planteado la intención de ampliar el establecimiento. Lo cierto es que ahí no cabe más remodelación que cambiar los paquetes de Marlboro y ponerlos donde están los de Winston. O terminar con la costumbre del camarero de un bar de al lado, que le suele llevar el dinero de los cartones de cigarrillos en monedas de todo tipo metidas dentro de una copa... y ella tiene que contarlas una a una para comprobar que el precio es correcto. "Aquí es que se ven cosas raras", dice María del Carmen. Seguro que tiene razón, al fin y al cabo vive en el estanco más raro del mundo.

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