_
_
_
_
_
Verano 98RETRATOS

El Niño de las almendras

La vida de José Ferrer, El Niño de las almendras, empapela las paredes de su peña flamenca. En los desvencijados muros teñidos de duende y embrujo, no queda un resquicio para el olvido. Entre los cientos de fotos comparte silla de anea con Camarón, Antonio Mairena, Enrique Morente... y dos turistas japoneses embriagados por su voz y sus chatos de vino. "En mi local cabe todo el mundo: payos y gitanos, granadinos y guiris, profesionales y aficionados al flamenco", explica con orgullo. Y es cierto. El portón de la calle Quijada sólo se abre la noche de los sábados. No es fácil encontrar la peña en el laberinto del Albaicín. Y no hay ningún cuadro flamenco que amenice la velada. Tampoco resulta extraño ver al cante a un gitano del Sacromonte, acompañado a la guitarra por un alemán mientras una nipona se remanga las faldas y baila un zapateado. El espectáculo lo ponen los clientes. José Ferrer alecciona, controla y, de vez en cuando, se anima por soleás o fandangos. Tan albaicinero como el jazmín o la buganvilla, El Niño de las Almendras nació por accidente en Casablanca. A los ocho años dejó la escuela y se forjó su apodo en las calles de Granada en plena posguerra. "Éramos siete bocas que alimentar, así que mi padre me compró una cesta y me puso a vender almendras saladas. Yo las tostaba, yo las paseaba y, cuando el hambre apretaba, yo mismo me las comía", recuerda. Ya por entonces se arrancaba al cante en el corral del Aljibe de la Vieja, donde cobraba un chavico de entrada. Y en 1943, con doce años, ganó su primer concurso. Sin embargo, la fama y el prestigio local los logró en La Chata, el viejo coso taurino de Granada. "Fue en un festival flamenco con los mejores cantaores de la época. Yo estaba en las gradas, vendiendo almendras, y la gente empezó a gritar mi nombre para que saliera de espontáneo. No me lo pensé dos veces y fue un éxito". Así comenzó la carrera profesional de Ferrer. "Nunca he sido una estrella, pero nunca me faltó trabajo", matiza. Durante años actuó en teatros y salas de fiestas de Granada. Coincidió con Machín, "el de las maracas", en el café Hollywood; con Antonio Molina en el Teatro Cervantes y grabó su único disco de título embriagador: Todos los días de borrachera. Viajó de gira por Marruecos, cobrando diez duros por actuación. Y luego llegó a Madrid, donde consiguió el carné de artista y un puesto con los mejores en el Teatro Villarrosa. Aunque su carrera comenzara en una plaza, José Ferrer nunca ha sido torero. Algo que no le impidió salir de la taberna El Dorado de Torremolinos a hombros del mismísimo Manuel Benítez, El Cordobés. "Estaba en su mejor época. Llenaba las plazas, cortaba hasta rabos y cerraba los bares... Estuvimos toda la noche cantando y bailando rumbas. Al final me dio 2.000 pesetas de la época y se empeñó en sacarme por la puerta grande", rememora el cantaor. A sus 67 años, José Ferrer sigue acompañando con almendras los vinos de sus clientes. Y así será mientras la voz le responda: "Mi peña tiene un almendro / sembrao con mucho arte / to el que viene a visitarla / almendras sale comiendo / del almendro de mi cante".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_