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La lonja de las vanidades

CUADERNOS DE AGOSTOEn verano, la Costa tiene algo de feria de muestras, de exposición de monstruos y prodigios, de contrapeso a la virtualidad con la que se vive el resto del año, cuando la realidad es sólo algo que brota en el televisor. En agosto, miles de turistas españoles peregrinan a Marbella para tratar de ver de cerca lo que de septiembre a julio sólo aparece en las revistas del corazón o en los programas televisivos de chismorreo. Por estas fechas, Marbella tiene también algo de parque temático dedicado al amor y el lujo. Hace años que los responsables de Puerto Banús descubrieron que era un error cortar el tráfico en sus muelles porque buena parte de los visitantes van justamente a ver los lujosos coches de decenas de millones que tratan de abrirse paso, perezosos, entre los paseantes a los que el presupuesto no da para mucho más que para pizza y helado. Pero, además, Marbella en estas fechas es una gran lonja. Los tratantes son bien lustrosos y los hay de dos tipos. Unos arrastran unas primorosas biografías publicadas por entregas en papel couché repletas de divorcios, bodas, reconciliaciones y bautizos. Otros lucen los más imaginativos títulos nobiliarios: princesas, baronesas, condes, jeques... Unos y otros se disputan una clientela de nuevos ricos que entregan sus dineros con la esperanza de añadir algo de lustre a su fortuna. El periodista Miguel Nieto, que sigue éstas y otras historias de Marbella para el diario Sur, señalaba con agudeza el prodigio que se puede observar cuando los personajes de la prensa del corazón se transforman en mercaderes. Milagrosamente, les desaparecen las ganas de huir de los fotógrafos, les florecen inmensas sonrisas, les invade una inmensa placidez y una gran paciencia. El dinero hace milagros. Esta semana en Marbella abrieron efímeros zocos una presentadora de televisión adicta a la silicona y experta en meter barriga en cuanto ve a un fotógrafo y la mujer de un jeque. La de la silicona vendía joyas con el morbo añadido de un antiguo novio con el que compartía mesa. La mujer del jeque negociaba con yates de miles de millones. Personajes que a través de la virtualidad de la televisión se limitarían a anunciar sopicaldos o desodorantes íntimos, cuando aparecen de carne y hueso en esta extravagante feria de muestras que es Marbella en agosto no ponen su sonrisa junto a nada que no valga muchos millones. No se conoce qué caja hizo la presentadora adicta a la silicona. Sí se sabe, en cambio, que la mujer del jeque logró vender un yate. El cliente fue su propio marido, Mohamed Ashmawi, un hombre inmensamente rico que se mueve siempre rodeado de un ejército de guardaespaldas y al que el alcalde, muy sensible para todo lo que tenga que ver con fortunas de exótico origen, dedicó una calle y un monolito. Entre los muchos negocios del jeque está una tienda de coches en San Pedro Alcántara en cuyo escaparate se ha visto durante años un monumento al mal gusto: un Rolls carrozado como coche familiar y pintado en un insólito color rosa nacarado que ni aquellos que han hecho sus pinitos con el ácido lisérgico podrían imaginar. Pero no todo es lujo en esta gran feria. También hay figuras de la televisión que no venden lustre e ilusión, sino que comercian con sus miserias. En la feria de Málaga, entre bocinazos de coches de choque y vendedores de turrón, ha estado esta semana el ya famoso padre de una de las niñas asesinadas en Alcàsser. Iba acompañado del periodista que, junto a él, ofrecía las más quiméricas hipótesis sobre el caso en los programas de televisión de medianoche. Ambos vendían libros sobre aquel asesinato. Sin duda, tarde o temprano, la televisión termina convirtiéndolo todo en barraca de feria.

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