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Entrevista:DESVÁN DE OFICIOSAJERO

"Drácula no se dejaría caer por Chinchón"

El ajo fino subsiste entre la competencia china y la posibilidad de subvenciones a la variedad madrileña

Entre la "mula de carne" y la "mula mecánica", Pedro García Catalán prefiere la primera. Se llama Lucero, no precisa gasóleo y le ayuda a sembrar y recoger la cosecha de una especie en franco retroceso: el ajo fino de Chinchón; es blanco, sabroso y de cabeza pequeña. "Se planta muy poco, porque es mucho menos rentable que otras variedades", explica este campesino. Además, en su pueblo, de 3.876 almas, la agricultura cede ante el empuje del turismo. "No llegamos a 50 los vecinos de Chinchón que vivimos del campo. Y de ésos, jóvenes son diez como mucho", detalla.

García Catalán relata la decadencia de la agricultura local, que ha tenido como principal víctima al ajo fino, su producto más afamado. En los años cincuenta y sesenta comenzó el abandono de las tierras. La emigración a la capital ganaba la partida: a 45 kilómetros de distancia se ofrecía una vida distinta, ajena a la lluvia a destiempo. "Era más fácil marcharse que quedarse, porque además había que invertir en maquinaria", sostiene el ajero.

Pedro, que ahora tiene 57 años, optó por lo segundo -"el campo es vocacional"-. Al entrar en quintas se compró su primer tractor. "Me costó 170.000 pesetas y lo amorticé con la cosecha de un año. Por el que tengo ahora he pagado tres millones y medio, y no sé cuándo lo amortizaré porque la cebada se paga a 18 pesetas el kilo y cuando yo era joven estaba a cerca de 30".

Tras la emigración masiva, en los años setenta llegaron a Chinchón las primeras semillas vallisoletanas de "ajos bastos": la decadencia de la liliácea autóctona estaba servida. "Esa variedad es tres veces más productiva que el ajo fino y se puede plantar y recoger con máquinas", justifica Pedro. -

¿Y el consumidor?

-También prefiere el basto. Es más lucido, con una cabeza mayor y dientes más gordos.

-¿Qué ventajas tiene el ajo fino?

-Tiene el triple de sabor, aunque sea más pequeño y difícil de pelar.

-¿Por qué usted lo planta todavía?

-Quizá por tradición. Además me gusta comerlo, en casa todos los días echamos una cabeza de ajos al guiso, y regalarlo a los amigos. Si puedo, también lo vendo.

El agricultor dedica al ajo fino "tres fanegas escasas ". El grueso de la cosecha, recién recogida y superior a los 2.500 kilos, espera comprador dispuesto a abonar desde 150 pesetas por kilo. A pesar de que la variedad local es su niña bonita, Pedro destina el doble de extensión a su rival: una hectárea con semillas vallisoletanas. Con todo, los cereales, subvencionados por la Unión Europea, ocupan la mayoría de las 11 hectáreas que trabaja.

García Catalán calcula que sólo "tres o cuatro" agricultores más plantan y miman la liliácea local. Pero el panorama puede cambiar si prospera el proyecto, gestionado por el Gobierno regional, de subvencionar con 300.000 pesetas la hectárea de ajo fino. Una variedad que tiene en los restaurantes de postín los mejores clientes. Para lo que no es tan bueno el ajo fino es para las espaldas de sus cultivadores: "Hay que plantarlo y recogerlo a mano, porque es delicado", detalla García Catalán. Cada año, en Navidad, arrea a Lucero para que remueva la tierra. La suya es una de la media docena corta de acémilas que -calcula el ajero-quedan en Chinchón.

A pesar de su veteranía con las máquinas, Pedro justifica la elección: "Con el arado puesto, la mula de carne te va llevando. En cambio, la mula mecánica te hace temblar mucho". El agricultor planta los dientes de ajo en los surcos a finales de diciembre. En abril abona con nitratos. En mayo inicia los primeros riegos, a razón de uno por semana. "Para San Pedro doy el último". Si llueve después, los bulbos saldrán negros. La recolección, entre julio y agosto.

-¿Después de tantos años con los ajos, cree en los vampiros?

-Yo no, pero de Galicia nos pedían mucho ajos de un solo diente, de esos que les llamamos machos. Creo que los querían para las meigas.

-¿Sirven entonces para alejar a los malos espíritus?

-Yo me río de eso, pero en fin, si fuera cierto, creo que Drácula nunca se dejaría caer por aquí.

El temor del ajero no llega de Sigisoara, la ciudad de la Transilvania rumana cuna del noble Vlad Tepes, alias conde Drácula. El miedo viene de más lejos, de la mismísima China, y no es de leyenda. Las liliáceas asiáticas amenazan con vampirizar las producciones locales. "El ajo chino es muy bonito. Los dientes parecen gajos de mandarina, con un palo en medio. Resulta mucho más barato que el nuestro. Es la peor competencia", lamenta García Catalán. Cosas de la mundialización: China contra Chinchón.

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