Tesoro de tiempo inmemorial
Las piezas de oro pertenecen al final de la Edad de Bronce
La gran fortaleza de La Atalaya preside el entorno urbano de Villena. Su historia deja patente el especial papel que desempeñó en los habituales pulsos bélicos entre las coronas castellana y aragonesa. Entre sus moradores ilustres estuvo en el siglo XIV el noble don Juan Manuel, que recibió el título de príncipe de Villena. Encerrado bajos sus bóvedas, mirando a lo lejos la línea del horizonte, creó alguno de sus escritos más populares, como el llamado Libro del Conde Lucanor. También en momentos puntuales monarcas y virreyes encontraron refugio seguro en el castillo. Villena era paso obligado para cualquier expedición que desde el valenciano Valle de Montesa quisiera adentrarse en las tierras manchegas de Chinchilla, y al contrario era plaza estratégica para quien desde Castilla quisiera aventurarse a entrar en los dominios de Murcia y la costa mediterránea. Situado sobre la cima de San Cristóbal, de 550 metros sobre el nivel del mar, constituye un faro terrestre de indudable singularidad. A sus pies, y buscando el sol del mediodía, creció la ciudad. El conjunto de la ciudad antigua se liberó de las murallas del castillo al crecer y transformarse en población importante. El casco histórico ofrece dos muestras arquitectónicas de especial relevancia. El templo arciprestal de Santiago honra a los maestros del arte gótico y evoca las lonjas de Valencia y Palma de Mallorca con sus bellas columnas helicoidales. Por su parte la iglesia de Santa María acredita su atractivo gótico con la declaración de monumento nacional. El viajero debe saber que las calles y plazas del Villena antiguo son consideradas asimismo desde 1968 conjunto histórico artístico. En la planta baja del Ayuntamiento, edificio renacentista de bella factura, se encuentra el Museo Arqueológico José María Soler, investigador que descubrió el legendario tesoro de Villena. Diez kilos de oro distribuidos en 60 piezas diferentes, con presencia especial de brazaletes y vasos, remiten a unos hábiles artesanos y a un pueblo prehistórico ávido de la ornamentación poderosa. Se consideran piezas prácticamente únicas en la arqueología mundial pertenecientes al final de la Edad del Bronce, es decir siete o seis siglos antes del nacimiento de Cristo. El castillo de La Atalaya fue construido por los árabes aunque no se completó su estructura hasta tiempo después. Por una empinada calzada se accede a su primera muralla y a continuación a la puerta principal de su segundo sistema defensivo. Posee torres en sus esquinas y otras en los flancos. La planta del recinto es un polígono de once lados y en los ángulos luce varias torres circulares. La torre del homenaje, impresionante por su altura y los tres metros de espesor de sus muros, corresponde a una intervención posterior realizada para mejorar sus dependencias. Estas diferencias de época se constatan en los materiales. Las dos plantas inferiores están hechas con argamasa por los árabes, y las dos superiores de sillería por don Juan Pacheco, marqués de Villena, en el siglo XIV. Las bóvedas de las dos primeras plantas ofrecen una singular armonía, que sobresale de la austeridad obligada en las construcciones defensivas. Desde la terraza superior el visitante confirma el control que esta ciudad pudo ejercer sobre todos los expedicionarios del valle.
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