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Verano 98

La vida fuera del ruedo

Antequera conmemora durante su recién inaugurada feria el 150 aniversario del coso taurino

La Feria de Antequera ha comenzado. Quedan cinco minutos para que empiece la corrida. Curro Romero ya debe estar rezando. Fuera son muchos los que le acompañan en la oración, rogando al cielo que les dé un buen espectáculo en la Plaza de Toros de Antequera, que ha cumplido 150 años. Pero no sólo reclaman atención divina los cientos de aficionados que se amontonan en la puerta: Alfonso Torres, que tiene un puesto de recuerdos taurinos al pie de la taquilla de sol, rebosa fervor por todos los poros. Sabe que su éxito depende de que el matador sevillano tenga un día afortunado, porque el producto-estrella de su puesto de láminas es Curro Romero, toreando esplendoroso y, al fondo, tapando las cabezas difusas de los espectadores, una nube en la que flota la Torre del Oro, o la Giralda, o, en las versiones más surrealistas, el retrato de Camarón de la Isla o de Doña María de las Mercedes, la madre del Rey. El "cimiento" Cada lámina cuesta 500 pesetas. Alfonso conseguirá venderlas si el maestro está inspirado. Si no, el público saldrá de la plaza sin ganas de llevarse su efigie a casa y no habrá negocio. "El cimiento de todo es el toro", filosofa Alfonso. Si el toro es bravo, el diestro tendrá oportunidad de lucirse, y entonces los aficionados se van contentos, sintiendo que gastaron bien el dinero de la entrada y dispuestos a gastar más a la salida. Esta teoría de Alfonso la respaldan muchos propietarios de bares y restaurantes cercanos: "mientras más felices son, más comen y más beben", dicen entusiasmados. Es precisamente entusiasmo lo que sobra en esta ciudad, escenario de un mano a mano entre Curro Romero y Antoñete, "apoteósico, glorioso e irrepetible" según el cartel anunciador, que ofrece "sueño, arte, leyenda y gloria... ¡toreo!". Atraídos por esta promesa llegan aficionados de todas partes. Un Seat 1800 azul marino, una verdadera pieza de museo, se detiene en la puerta para dejar bajar a seis ancianos granadinos que han venido desde Algarinejo para ver la corrida. Poco más allá, aún cerca del túnel del tiempo, avanza una comitiva de señoras con mantilla, flores y perlas; un motorista parado en un semáforo les grita "¡guapas!" hasta desgañitarse, y ellas sonríen amistosamente. Oportunidad única Y hay franceses, ingleses, japoneses, hay espectadores que se desplazaron desde Madrid y desde Sevilla, estrujando un puñado de romero. Rosa, una muchacha valenciana, no las tiene todas consigo. Cree que es una oportunidad única, "algo que hay que ver, no sólo los toros sino el ambiente, la gente, en fin, la salsa", pero está segura de que va a sufrir, y murmura contrita "al fin y al cabo es un crimen". Luego están los antequeranos, que acuden provistos de todo lo necesario para merendar a gusto: pasteles, refrescos, bocadillos... No quieren perderse la corrida goyesca, con atavíos dieciochescos, ni la presencia de los dos maestros. "Porque son dos monstruos", dice con todo el aplomo de sus 82 años José Herrero, Tito Pepe, presidente de la Peña Taurina Los Cabales. "Tienen mucho arte se mire como se mire". Si se le insiste un poco, acepta que prefiere a Curro, "que nació siendo torero y morirá siéndolo, no como otros, que se quedan en la estacada". Francisco España, que lleva más de veinte años ocupándose de hacer las rayas de los picadores, lo ve distinto: "Curro Romero es muy trabajoso. Antoñete sí que es un fenómeno y no monta ninguna bronca".

El negocio del toro

Alfonso Torres vende carteles, fotos, abanicos y hasta banderillas (puede elegirlas nuevas o bañadas en sangre de toro; salen al mismo precio, 1.000 pesetas). A su alrededor, muchos otros se alimentan de la fiesta. Los reventas, por ejemplo, señores de edad que bullen sigilosamente alrededor de las taquillas, y que para captar clientes cuentan con la ayuda de un chiquito que asegura tener 17 años. "Curro para comprarme una moto", explica. Los vendedores de almohadillas las ofrecen 50 pesetas más baratas que en el interior del coso. Nadie da puntada sin hilo en los alrededores de la plaza.

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