Tunelador
El Gran Tunelador ataca de nuevo. El Área de Obras del Ayuntamiento de Madrid pondrá en circulación el año que viene (supongo que en caso de victoria electoral: crucemos firmemente los dedos) cuatro nuevos y ambiciosos proyectos subterráneos, con un coste global de 14.000 millones de pesetas, una futesa si se considera que parte de esta inversión se recuperará presuntamente a través de los beneficios derivados de la venta de plazas de estacionamiento para residentes, una ya vieja, viejísima historia, que los madrileños nos sabemos al dedillo. Las nuevas madrigueras llevarán el caos y la desolación a Cuatro Caminos, Santa María de la Cabeza, María de Molina y, ¡tierra, trágame!, el paseo del Prado, uno de los últimos vestigios que nos iban quedando de aquel Madrid entrañable, culto, umbrío, castizo en el buen sentido, algo picarón, dicharachero, coqueto, cortesano, extravertido e ilustrado, el Madrid de nuestro buen rey don CarlosIII, que Dios guarde, antítesis de esta macrópolis impresentable que va creciendo alrededor de nosotros, y no digamos bajo nuestros pies, donde el automóvil reina y el peatón fenece, donde el lucro y la prepotencia crecen de consuno, donde las almas van quedándose cada vez más canijas y marginadas. Menos mal que el señor alcalde, siempre tan pendiente de la belleza, la historia y la ecología, ha pedido a sus huestes que, antes de enterrar el Prado, convoquen un "concurso de ideas", una brain-storm, que dicen por ahí. ¿Quiénes serán los ideólogos? La terrible noticia, porque lo es, me ha recordado algo que dijo como a la remanguillé, el día de nuestro encuentro primaveral, don Santiago Romero, jefe de Parques y Jardines del excelentísimo Ayuntamiento madrileño. Yo estaba dándole la tabarra con el deplorable desmoche que acababan de sufrir los árboles del Prado, y él farfulló que aquello era sólo un primer paso, que algo mucho más drástico esperaba a las pobres víctimas (no lo expresó así, claro, ni yo llevaba chisme alguno para grabar la conversación). Le pedí que me clarificase lo que acababa de musitar, y él cambió de conversación, de modo que me fue imposible averiguar si se trataba de una gracieta, un malentendido o una amenaza. Ahora me temo muy mucho que se trataba de eso, de una amenaza.
Me anonada que le metan mano al paseo del Prado, vuelvo a sentirme solo ante el peligro en este Madrid agosteño aún tan vacío. Releo para animarme (EL PAÍS, 14 de julio) las declaraciones formuladas por Leonard Duhl, psiquiatra, urbanista y promotor de la Fundación Internacional de Ciudades Saludables, con motivo del ICongreso Mundial de Salud y Medio Ambiente Urbano, celebrado por entonces en Madrid. Me suenan a música celestial: "Con esto quiero decir que la tecnología, el desarrollo, han convertido a las ciudades en entes distintos que no favorecen el contacto entre sus habitantes...". "...No hacen plazas para que la gente pueda hablar y tocarse...". "...Tenemos que pensar qué pasa en nuestra sociedad para que la gente coma tan mal, viva tan mal, genere tantos residuos, haya tantos automóviles. Si hay congestión hacemos más carreteras, éstas traen más coches...".
Como me preguntó en cierta ocasión un lector escéptico, ¿sirve para algo todo esto, el sentido común, la palabra, la sensibilidad, frente a los alcaldes ensombrecidos, el lucro inmenso de las constructoras, la especulación y el amiguismo? Pues, hombre, éste, yo... Pero, al menos, queridos amigos, "seres humanos" de la patria mía, no seamos borregos.
Y tan saludable como leer las opiniones de Leonard Duhl resulta comprobar en las cartas de los lectores a EL PAÍS que el número de disidentes generado por la política underground del Ayuntamiento crece y crece. Una comunicante habla de los estragos estéticos del inevitable parking en la plaza de Sánchez Bustillo, pórtico tercermundista del Museo Reina Sofía. Otros se refieren, y muy documentadamente por cierto, a la "solapada y perversa campaña de eliminación sistemática de las ya exiguas plazas de aparcamiento libres que nos restan" (se refiere a la plaza de Dalí y expone su queja en forma de carta abierta al concejal del distrito) por la "peatonalización de la avenida de FelipeII y la calle de Antonia Mercé", etcétera, y aun otro lector alude al aparcamiento de San Francisco de Sales. Lleva dos meses terminado, pero no se inaugura porque el concejal del distrito afirma que "ahora hay poca gente", en vista de lo cual tampoco se retiran las inútiles y molestas vallas. Y así sucesivamente: no, no todos somos borregos.
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