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Piqué

Manuel Rivas

Piqué es una criatura de política-ficción casi perfecta. Se le ve de folky en Asturias y parece Mike Oldfield en Tubular Bells III. En cambio, vistes a Cascos de gaitero y tienes la impresión de que la romería va a acabar como el rosario de la aurora. Pero Piqué es algo más que un anti-Cascos. Es el portavoz de un Gobierno que brilla en la ausencia. ¿Qué se hizo de Arias ? ¿Do va la Mariscal? ¿Quién se acuerda de machote Rodríguez? Aznar gana puntos con el discurso del silencio. Se centra en la ancha mudez. Piqué mejora ese silencio. Es el Gobierno del portavoz. Josep Piqué ha privatizado las joyas de la corona y todos le han aplaudido como si fuese un show del mago Copperfield, aunque sin llegar al entusiasmo indescriptible que provocó en Perú una visita del director del FMI. Instigado por Fujimori, el gentío gritó para pasmo del huésped: "¡Viva el Fondo Monetario Internacional!". Convencidos por los políticos de que la política es perjudicial para la economía, hemos pasado de la desconfianza a la superstición. Es la era de lo volátil. Los productos y el dinero actúan como seres animados que toman decisiones por su cuenta. Así, y tal como explicó Montoro, la subida del IPC ya no es culpa del Gobierno, como sucedía antes, sino del cordero, que este mes se ha comportado como un cabrón. Las patatas, no. Como siempre, han sido muy sensatas. Pues bien, Piqué es un tubérculo volador.

Su otra herramienta es la discreción. En un país colérico, la calma del discreto resulta muy seductora. Si el adversario le lanza una andanada, Piqué aprovecha para felicitarle el cumpleaños. Y en cuanto a Cascos, ya ha dicho más que suficiente definiéndolo como una personalidad "muy compleja". Exactamente lo que dicen los detectives de Expediente X cuando se encuentran con un nuevo caso de licantropía.

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