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No al neoliberalismo

El mundo actual parece encontrarse en el fin de la historia económico-social. Después de la caída del muro de Berlín, el socialismo real se ha hundido, y se dice que no queda más opción al mundo presente que el capitalismo. Un capitalismo renovado, pero capitalismo en el más estricto sentido de la palabra es el neoliberalismo. El profesor Luis de Sebastián lo ha definido como un "darwinismo social", porque ya no es el deseo del antiguo liberalismo de la libertad para todos, en igualdad real de oportunidades, sino la lucha vencedora del más fuerte, caiga quien caiga. Aquél, el liberalismo tradicional, tenía una corrección: a la "riqueza de las naciones" añadía su principal mentor, Adam Smith, la "teoría de los sentimientos morales", sin la cual la riqueza de las naciones quedaría coja por inhumana. Pero hoy todo esto ha desaparecido.

Estas consideraciones me las hacía recordando que ahora es el 150º aniversario del Manifiesto comunista, que yo creo que nunca debería haberse llamado así, porque la gente pensará, equivocadamente, que se trata en él de defender lo que después sucedió en los llamados países comunistas, desde el cruel dictador Stalin para acá. Pero su lectura serena, imparcial y crítica descubre algo muy diferente. Es un manifiesto de análisis de aquel siglo XIX, y una profecía de lo que pasaría en la sociedad contemporánea de seguir por el camino que llevaba. Y esto lo hace en un lenguaje asequible, a diferencia de muchos políticos, sociólogos y economistas, como recordaba hace poco en un excelente artículo Fernando Fernán-Gómez. En él observaba que su éxito estaba, entre otros factores, en la claridad de sus análisis y de su lenguaje. Pero también en su realismo, porque una buena parte de lo que se dice en él es hoy realidad. Hay cosas que no han ocurrido, análisis erróneos; pero su sustancia es válida por la crítica y análisis que hace del futuro.

Allí queda expuesta la evolución del trabajo: pronostica que se verá que los trabajadores van dejando de ser los del cuello azul de ayer, cambiando a los del cuello blanco de hoy, y cada vez aumentará esto todavía más. Porque la industria moderna necesita menos del "trabajo manual" y del "empleo de la fuerza"; el robot y el automatismo los han sustituido. Hemos pasado del obrero como fuerza bruta al obrero del conocimiento, y del ábaco al ordenador. O del caballo al motor, y del correo tradicional a Internet. Pero este cambio no se ha producido fundamentalmente por una lucha de clases indiscriminada, sino por la lucha por más justicia para todos y por el desarrollo técnico, como recuerda el neo-marxista Fougeyrollas. Sin duda habría que añadir algo más al Manifiesto porque es cierto mucho de lo que analiza; pero hay que completarlo y ponerlo al día.

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Es cierto que "la burguesía destruyó las condiciones feudales y patriarcales", y "ha reducido la dignidad personal a valor de cambio", produciendo "una única desalmada libertad de comercio". Todo ello ha hecho que este imperialismo económico creciente haya producido la tiranía de los "millonarios industriales", luego la de los "jefes de ejércitos industriales enteros", para pasar a algo que no previó: el dominio exclusivo de los financieros y luego el de la especulación, que no sabemos dominar en un mundo que está globalizado.

Y así se producen "crisis económicas" con "recurrencia periódica", donde las antiguas industrias "son desplazadas por nuevas industrias". Y observamos dos cosas importantes que han cambiado la estructura de la sociedad contemporánea: la modificación de "las relaciones familiares" y la creación de "ciudades enormes". Hemos pasado de lo falsamente idílico de ayer a un materialismo social casi exclusivo. Y las ciudades monstruo envuelven al ser humano con su dimensión teratológica: con más de tres millones de habitantes hay por lo menos 34 ciudades en el mundo actual. Y con más de siete millones existen 13, y dos, con más de 10 millones: São Paulo y Buenos Aires. Problema que también se produce hasta en la China comunista, que tiene varias ciudades monstruosas por su inhumano tamaño.

Ésta es una nueva sociedad capitalista a ultranza, que algunos llaman salvajemente capitalista, porque no tiene entrañas ni con el tercer mundo ni con el cuarto mundo que surge en los países del desarrollo. Y "no ha dejado entre hombre y hombre ningún otro vínculo que el interés". La hemos convertido en lo que Benavente pintó en una de sus obras maestras: La comida de las fieras. En la nueva sociedad se ha "ahogado el idealismo religioso", lo mismo que "el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo pequeño burgués". Y en el pueblo en general todos son asalariados: "El médico, el jurista, el cura, el poeta, el científico". Y pobre del que no lo sea; si no lo es se hundirá. A menos que acceda al privilegio de los líderes poderosos. Esto ha conducido a algo que previó ese Manifiesto: "La sociedad burguesa moderna, que ha producido por arte de magia medios de producción y tráfico tan ingentes, se asemeja al hechicero que ya no logra dominar las fuerzas subterráneas que ha conjurado". No hemos tampoco llegado así a "una asociación en la cual el libre desarrollo de cada cual sea la condición para el libre desarrollo de todos". A fuerza del atractivo del cerrado egoísmo, o, por el contrario, del falso idealismo, hemos errado el camino hacia la verdadera libertad para todos y cada uno. Estamos en una encrucijada en la que las personas conscientes tienen que decidir y desarrollar una nueva conciencia social que influya en la marcha futura.

Para salir de ello eficazmente hemos de consultar a los pocos economistas humanistas que existen en nuestro país. Por eso la tan injustamente denigrada por los obispos, salvo poquísimas excepciones meritorias, Asociación de Teólogos Juan XXIII ha convocado este año para septiembre en Madrid el Congreso de Teología sobre este tema, y ha invitado, entre otros, a tres economistas humanistas: Carlos Berzosa, Joaquín Estefanía y Luis de Sebastián, que, desde distintos puntos de vista, aclaren lo que en sus libros, en los medios de difusión o en sus cátedras enseñan. Y entenderemos de una vez el pensamiento único, el economicismo de laboratorio, el neoconservadurismo, la globalización y la economía de la oferta.

A lo que se añadirá lo que enseña la catedrática de Ética Adela Cortina sobre la necesaria ética cívica, y una teóloga latino-americana, Elsa Támez, que viene de la lucha por la teología de la liberación inteligente y al día, y a otro teólogo negro, que viene de la olvidada África tercermundista, el congoleño León Ngoy.

El pasado año, el tema fue Inmigración porque es el problema creciente en nuestros países del desarrollo; pero no fue del agrado episcopal que hablásemos libremente, querían controlar lo que allí se dijese y, como no pasamos por ello, prohibieron para celebrarlo que usásemos un local religioso como habíamos hecho durante 15 años, y tuvimos que acudir a la liberalidad del nuevo local de Comisiones Obreras, que nada cobró, a diferencia de los otros centros.

¿Qué ocurre en España: es que no se admite oficialmente en la Iglesia nada más que a católicos sumisos? Habrá que analizar esto, porque al cristianismo, de seguir así, podría ocurrirle en nuestro país lo que le pasó al norte de África en los primeros siglos: que era la más floreciente cristiandad y hoy se ha perdido para el cristianismo.

E. Miret Magdalena es teólogo seglar.

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