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Reportaje:

Los delfines de Pujol pugnan por el "número dos"

Enric Company

Una inoportuna polémica turba este verano las vacaciones de los dirigentes de Convergència y Unió (CiU). Destacados dirigentes de Unió, el segundo partido de la coalición, han planteado una nueva ofensiva para que Josep Antoni Duran Lleida sea el número dos de CiU en las próximas elecciones autonómicas, previstas para febrero o marzo próximo. La sola mención de esta propuesta solivianta a los dirigentes de Convergència, que la ven como un envite de sus aliados para hacerse con la herencia de Pujol, su sucesión. A la pregunta ¿y después de Pujol qué? dio respuesta hace ya unos años el actual secretario general de Convergència, Pere Esteve. "Después de Pujol, el partido", dijo. Es decir, alguien de la propia Convergència. Pero Pujol preside también la coalición. Y en la coalición está Duran Lleida, que lleva años labrándose con éxito un perfil político propio como alternativa dentro del centro derecha nacionalista.

Los democristianos quieren que Duran forme cartel electoral con Pujol y, si CiU vuelve a ganar, quieren que entre en el Gobierno catalán. Sin embargo, la ecuación electoral Pujol- Duran disgusta profundamente a la segunda fila de dirigentes de Convergència, justo por las mismas razones por las que agrada a Unió. Porque supone dar al electorado una cierta idea de igualdad entre las dos fuerzas: una coalición, dos partidos, dos figuras políticas. Piensan que, además, el hecho de ir emparejado de esta forma con Pujol refuerza a Duran como su posible sucesor.

Tan pronto como el diputado democristiano Josep Sánchez Llibre formuló la propuesta, varios portavoces de Convergència la rechazaron. El más duro fue el secretario de organización, Felip Puig. Declaró públicamente que la aportación electoral de Duran "no sumaría nada a la coalición" y afirmó que "como él hay docenas" de dirigentes en Convergència. La respuesta de Unió, por boca del diputado Domènec Sesmilo, fue afearle la falta de respeto y calificar su actitud como "prepotente". Uno de los más directamente implicados, el consejero de la Presidencia, Xavier Trias, mano derecha de Pujol en el Gobierno catalán, conminó a Unió a dejar de plantear reivindicaciones a través de la prensa y le invitó a exponerlas en el comité de enlace que teóricamente dirige la coalición. Pere Esteve, otro de los directamente afectados, dijo que el segundo puesto de la lista de CiU debe reservarse para el aspirante a la presidencia del Parlamento, un cargo con mucho rango y escasa incidencia política.

La abrupta reacción de Convergència no ha arrugado a los democristianos. Duran ha aceptado que el debate "está abierto" y se ha declarado dispuesto a asumir lo que su partido decida. Pero no ha querido adelantar su posición. Los valedores de Duran alegan que la próxima legislatura autonómica se plantea más incierta que las anteriores, en las que siempre ha estado claro que CiU sería la ganadora. Ahora no lo está tanto y si las cosas se complican se abrirá un abanico de posibilidades muy amplio.

Puede que CiU gane de nuevo y Pujol gobierne otros cuatro años, pero dada su edad, 68 años ahora, cabe pensar que fuera su última legislatura de gobierno, porque la terminaría a los 72. En ese caso, haber sido su número dos puede colocar a Duran en ventaja entre todos los aspirantes a la sucesión. Pero, si CiU pierde, ¿qué habría que hacer? ¿Quién se haría cargo de la oposición en el Parlament? ¿El propio Pujol? Si hubiera que formar un gobierno de coalición con el PP o con los socialistas ¿quien debería ser el presidente? Estas y muchas otras variables están en la cabeza de todos los políticos catalanes. Para los de CiU está claro que todas conducen a una misma conclusión: en la próxima legislatura será mejor tener un escaño en el Parlamento y, si se puede, en el Gobierno catalán.

Sin embargo, plantear ahora la opción por la sucesión de Pujol también tiene sus riesgos. Unió no lo ignora. Existe el inquietante precedente de Miquel Roca, el ex secretario general de Convergència, que ha tenido que abandonar la primera línea de la política precisamente por haberle echado un pulso a Pujol antes de tiempo. Tal vez por eso el secretario general de Unió, Ignasi Farreres, sostiene que la cuestión del número dos de CiU en las próximas elecciones autonómicas debe plantearse al margen de toda discusión sobre el futuro de la coalición y no como una reivindicación. "Los de Convergència están obsesionados por la sucesión de Pujol y eso les lleva a hacer un ejercicio de maltusianismo", argumenta. "Pero la realidad es que los sondeos de opinión muestran que Duran es muy conocido y mejor valorado que muchos dirigentes de CiU", añade.

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Farreres cree, además, que en la política democrática las sucesiones no se pueden planificar. Ahí está, recuerda, el ejemplo de Joaquín Almunia y José Borrell en el PSOE. Si el futuro de un partido no está nunca escrito, el de una coalición lo está menos todavía. Por ello es partidario de plantear la cuestión a Convergència y si ésta la rechaza, dejarla correr. En cambio, Sánchez Llibre y otros dirigentes de Unió, como el secretario general adjunto, Jordi Petit o el diputado Sesmilo son abiertamente partidarios de luchar para hacer ver a sus aliados que Duran es un valor político con sobrados méritos para ser el número dos de Pujol. Ellos ven en Duran a un político de raza, artífice del crecimiento de Unió, capaz de elaborar un discurso político propio. Sesmilo se ha cuidado de recordar hace unas semanas que las propuestas de renovación del discurso nacionalista realizadas por los delfines de Convergència son idénticas a las formuladas hace ya dos años por Duran . Y que entonces no les merecieron más que un desdeñoso rechazo. Destacan que Duran, vicepresidente de la Internacional Democristiana, es un convencido defensor de la identidad ideológica de Unió. Al lado de una figura como Duran, los hipotéticos rivales convergentes les parecen meros practicones. Estos son, sin embargo, quienes rechazan que Duran se coloque junto a Pujol en una posición de notoriedad política y pretenden mantener anclada la relación entre los dos partidos en los mismos términos en que se configuró hace 20 años, al crearse la coalición.

El pacto fundacional de CiU estipula una relación de uno a cuatro en favor de Convergència. Respondía a una situación muy distinta a la actual. Unió era entonces un partido al borde de la irrelevancia. En 1977 había acudido a las primeras elecciones legislativas aliado con un partido centrista y sólo obtuvo dos escaños, en un contexto general de hundimiento de la democracia cristiana en España. Ahora es otra cosa. En estos años ha crecido mucho. Tiene más de 15.000 afiliados y libra con sus socios una continua pugna por la implantación territorial, que se traduce en múltiples conflictos entre las respectivas organizaciones locales, en particular a la hora de formar las candidaturas para las municipales.

Algunos dirigentes de Convergencia atribuyen precisamente la presión que Unió ejerce desde las bases a una maniobra para hacer valer el peso de Duran en la negociación por el número dos de la coalición. Otros consideran que, en realidad, el objetivo de Duran es entrar en el Gobierno español en representación de CiU. Entretanto, el propio Duran no ha querido precisar su posición. Y, respecto a este asunto, Pujol calla.

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