"El espectador no es tan tonto como creen"
Jordi González (Barcelona, 1961) presenta en TV-3 el programa Les mil i una, un espacio que nació el verano pasado y que se está convirtiendo en un fenómeno de audiencia. Pregunta. ¿Los programas de verano tienen un punto de partida diferente a los otros? Respuesta. Creo que no. El resultado sí. El éxito de mi programa quizá no sería el mismo en otoño. Ahora es tiempo de vacaciones, hace calor, la gente no tiene sueño. P. Ignoro si ésta es la razón del éxito de su programa, pero su late-show tiene una serie de diferencias con otros late-shows peninsulares. Diferencias como el trato brindado al público. R. El nuestro es de los pocos públicos de programa que no cobran por asistir y tenemos 10.000 personas en lista de espera. Cuando alguien llama a un programa para asistir es militante del programa, y su actitud en el directo es muy generosa. Por otra parte, a mí no me produce ningún trauma hablar con el público. Lo necesito y, además, es muy efectivo: siento que la gente del programa me quiere. P. ¿Para hacer televisión es necesario que te quieran? R. Para hacer un programa con público, sí. P. Otra diferencia es la aplicación de un catalán efectivo, aunque poco correcto. R. El lenguaje es una herramienta, creo que debe estar al servicio de la comunicación y no al revés. P. Otra diferencia: su programa ofrece diversos niveles de acceso a la cultura. R. Hice un programa en Tele 5 -La noche por delante- que tuvo una audiencia pésima y me hizo confirmar la idea de que el espectador no es tan tonto como muchos creen. P. ¿Quiénes son esos muchos?, ¿profesionales o directivos? R. Profesionales, profesionales. P. Otra diferencia con otros programas peninsulares: sus convidados acostumbran no hablar con faltas ortográficas. ¿Realizan algún tipo de selección? R. No, ninguno. Cuando se trata de convidados anónimos pido que tengan varios perfiles. Por ejemplo: busco a alguien que no haya hecho nunca vacaciones. La redacción me propone cuatro o cinco candidatos. Hablan con todos y eligen el que se explica mejor o que tiene más que decir sobre el tema que pido. P. Y otra diferencia: su programa parece ampliar los criterios de lo políticamente correcto. ¿Se podría decir que es un programa con una evidente estética homosexual? R. Según los días. Depende de las coincidencias. Es un programa nocturno, y el mundo de la noche tiene un componente más homosexual que el día. No me he interesado por el tema, pero me parece que lo que usted dice se debe posiblemente a eso. P. ¿Su fórmula podría triunfar en el resto del España? R. Sí. P. ¿Y por qué no se hace? R. No lo sé. Es evidente que la industria de la televisión española mira mucho TV-3. Es la cadena de la que salen más programas y la más premiada con premios Ondas. Respecto a mi programa, creo que no es un programa, es un presentador, y que, por supuesto, se puede extrapolar. No creo que exista un público catalán. Moros y cristianos tenía mucho público en Cataluña. Creo que Buenafuente funcionaría en castellano y Sardà en catalán. Todos los productos vienen muy condicionados por el momento en el que se emiten y por la competencia de ese momento. P. Su actual programa dista mucho de sus anteriores trabajos en televisión [Moros y cristianos y La noche por delante, ambos en Tele 5]. ¿A qué se debe? R. A la línea de las cadenas. Siempre he sido el director de mis programas; en ocasiones he tenido que compartir la dirección o la producción ejecutiva con otras personas y me he encontrado con problemas de sensibilidad con esas personas. Ahora prefiero renunciar a grandes producciones y asumir completamente lo que haga. Les mil i una, por ejemplo, es el programa más barato que he hecho. P. Esta ulterior apuesta de los talk-shows por los actores en detrimento de los periodistas, ¿no puede conducir a un humor light? R. No. La apuesta por los actores funciona en un late-show diario, que no se puede nutrir completamente de la realidad. Necesita personajes. Nosotros hemos conseguido que nuestros personajes tengan historias propias. Los personajes, además, sirven para hacer aquello que el presentador no tendría que hacer, no se atreve a hacer, o no hace. Muchas veces, son alter-ego del presentador
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