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Reportaje:PLAZA MENOR: SERRANILLOS DEL VALLE

La tranquilidad de un pueblo

Serranillos del Valle no está en la sierra sino en el llano, y aunque el cronista no es nadie para mediar en temas tan delicados como el de la toponimia, piensa, por su cuenta y riesgo, que quizá le cuadrase mejor llamarse Vallecillo de los Serranos, pues el diminutivo familiar parece más apropiado para dar nombre a este pequeño valle que a los rudos pastores serranos que, según la tradición, a principios del siglo XIII empezaron a bajar de las montañas y construyeron sus chozas sobre las verdes praderas en las que hoy se asienta el pueblo para sacar provecho de sus pastos. Serranillos está en la comarca de La Sagra que comparten Madrid y Toledo, aunque hasta bien entrado el siglo XIX muchos de sus pueblos pertenecieron al influyente obispado de Segovia. Los pastores segovianos, expansionistas por la naturaleza de su oficio, siempre a la busca de nuevos y mejores pastos, colonizaron a su aire, sin reparar en cercas o fronteras, una buena parte de lo que luego sería la provincia de Madrid, y crearon asentamientos provisionales que no tardarían en hacerse definitivos llegando hasta las mismas puertas de la imperial Toledo, cuya poderosa y antigua diócesis era dueña a su vez de la otra mitad de Madrid, poco más o menos.

Decir La Sagra es decir campo cultivado, afirma el cronista Jiménez de Gregorio, y añade que la famosa Puerta de la Bisagra de Toledo significa precisamente puerta de los campos cultivados. Los cultivos más extendidos en esta feraz llanura salpicada de pequeñas ondulaciones del terreno eran y siguen siendo, aunque en menor medida, la vid y los cereales.

En Serranillos siguen naciendo el trigo y la cebada, las huertas son pródigas en saludables hortalizas y hay vecinos que continúan haciendo su propio vino y horneando en sus casas las tradicionales tortas que con el cordero asado, herencia quizá de los segovianos invasores, constituyen las especialidades gastronómicas de una localidad que ha duplicado su censo en los últimos meses con una nueva y pacífica invasión, la de los urbanitas, que, huyendo de la congestión y del estrés, han recorrido los 30 kilómetros que separan el pueblo de la capital, 30 kilómetros que se encogen día a día con las mejoras de la red viaria.

La urbanización del campo madrileño es un proceso que parece irreversible y que ha sido cien veces comentado en estas crónicas. Pero en Serranillos, con sus recién estrenados 1.008 vecinos, esta invasión, de momento, no resulta tan dramática como en otros pueblos de la Comunidad que han terminado por sucumbir frente al asfixiante cerco de las colonias de chalés que, como los primitivos asentamientos pastoriles, comenzaron siendo alojamientos provisionales, en este caso de verano, y se han convertido en definitivos, primera residencia de los fugados.

Serranillos del Valle conserva su sabor y su color de pueblo frente a vientos, mareas y maremotos. Aunque por sus efectos se asemejara, no fue un fenómeno sísmico lo que provocó la demolición en 1970 de su espléndida iglesia parroquial, sustituida por un incongruente y presuntamente funcional edificio de ladrillo que hoy sigue albergando la joya indiscutible del patrimonio local, un magnífico retablo del prolífico Churriguera enmarcado por las inevitables columnas salomónicas. El desaparecido templo parroquial de San Nicolás de Bari, levantado en el siglo XVII, era de estilo barroco, aunque no churrigueresco, con muros de ladrillo y mampostería en cajas, arcos de medio punto y capilla mayor con bóveda de cañón. Así se describe la iglesia, demolida por oscuras razones, en un tríptico recientemente editado por el Ayuntamiento con el expresivo título de La tranquilidad de vivir en un pueblo. A la hora de escribir esta crónica (finales de julio) apenas falta una semana para que el Ayuntamiento estrene su nueva y polémica casa consistorial y los miembros de la corporación municipal que preside el independiente Evelio Fernández se comprimen todavía en un reducido y atestado despacho provisional, ubicado en un edificio que comparten con un animado y concurrido bar-restaurante. A la mayoría de los vecinos de Serranillos no les gusta ni poco ni mucho la nueva casa consistorial, una caja sin más adorno que un reloj escueto sin números ni esfera, un simple cubo cuya puerta metálica no desmerecería en un garaje o en un almacén.

La Comunidad de Madrid, usando, o abusando, de sus prerrogativas como autoridad competente, ha hecho oídos sordos a las críticas vecinales y municipales, aunque sus técnicos tuvieron que modificar la cubierta que habían proyectado, pues al ser plana contravenía sus propias normas de edificación. La nueva cubierta inclinada tampoco es un modelo de ortodoxia al estar confeccionada con chapa metálica, otro material prohibido por razones térmicas y obvias, cuyo calentamiento temen más que a un nublado, que aquí sería piadoso, los próximos usuarios del inmueble.

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Como se ve, Serranillos no ha tenido mucha suerte con su patrimonio arquitectónico, primero la iglesia y ahora el nuevo Ayuntamiento o esa biblioteca nueva, también de cajón, un paralelepípedo acristalado, casi una lupa, un escaparate en el que al sol le gusta mirarse y recrearse en las interminables jornadas del verano. Ejemplos de un imposible e implacable bauhaus rural, arquitectura de libro y de maqueta que contrasta poderosamente con las viejas casas de labranza de muros encalados y grandes portalones que subsisten en diferentes grados de conservación en las calles del casco viejo.

"La tranquilidad de vivir en un pueblo", el lema del tríptico municipal, impone su vigencia en este mediodía veraniego. Ya ha llegado el ajetreo con las fiestas de agosto, que hoy honran al señor San Roque, convidando a una paella popular de mil raciones a los asistentes, vecinos o foráneos.

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