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Una joven murió en el tercer intento

Carlos E. Cué

La relación entre los agentes de la Guardia Civil y los inmigrantes se ve muy dificultada por el problema del idioma, pero el contacto es completamente inevitable. En una patrullera diseñada para siete o nueve tripulantes como máximo, hay que meter en ocasiones a 35 nuevos pasajeros. ¿Dónde?. "Pues en el techo, o donde quepan". Y en esas condiciones, si algunos de los detenidos es reincidente, enseguida es reconocido por los guardias civiles. Se dan entonces situaciones casi cómicas: con su acento claramente andaluz, Julio, el mecánico, pregunta: "¿Tú... Mohamé?". El marroquí responde, entre risas: "¿Hulio?". Estos viejos conocidos sólo se han visto en la mar y durante unas horas, pero no olvidan la cara ni el nombre del otro. También Juan Miguel cuenta que le han pasado muchas veces cosas cómo ésa, aunque aclara que eso puede significar que el que repite es el patero, y no un tripulante. Las anécdotas son muchas, aunque no todas son recordadas, como ésta, entre risas. Miguel, marinero, cuenta la de una joven "guapísima" que fue interceptada dos veces seguidas por el mismo equipo. Con la confianza que da el estar solos en medio del océano, la chica llegó a contarles que quería estudiar en la universidad de Madrid. Ya tenía allí una amiga que estaba estudiando y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por conseguir lo que quería.

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"¿Pero no entiendes que si consigues evitarnos a nosotros y llegar a Madrid, sin papeles no van a dejar que te matricules y vas a tener que trabajar ilegalmente?", le preguntaba incrédulo Miguel. No podía entender que una joven con toda la vida por delante se la pueda jugar así.

La segunda vez que se encontró con ella fue mucho más directo. Intentó explicarle que lo que tenía que hacer era resolver sus papeles, hablar con el consulado, llegar a España legalmente. "No creo que sea tan difícil; tú tienes estudios, hablas español, inténtalo".

La joven les contó que eso en Marruecos era imposible, que para obtener un visado hacía falta mucho más dinero que para embarcar en una patera, y ella no lo podía conseguir.

La misma marroquí fue interceptada una tercera vez por estos mismos guardias, pero entonces ya no pudieron aconsejarle nada: se había ahogado.

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