Ciclomaquia
E. CERDÁN TATO Con el Tour desollado por la gendarmería, el problema que se plantea es si hoy el flagelado pelotón de ciclistas desfilará por los Campos Eliseos o lo hará de nuevo el bizarro general Leclerc al frente de sus tanques, en un socorrido revival de añoranzas patrióticas: la grandeur es el siete de oros de la perejila. En cualquier caso, este domingo, París no será una fiesta, sino una penosa revista de la supervivencia: casi la mitad de los participantes en la actual edición de la vuelta han sido piezas cobradas en una montería sin precedentes, jornada tras jornada, desde Dublín hasta Aix-les-Bains. La ley ha abatido indiscriminadamente y sin contemplaciones a masajistas, médicos, corredores en solitario y escuadras enteras. La ley francesa contra el dopaje de 1989, que hasta ahora se consumía en hebras de tabaco, lapiceros, expedientes, billetitos de aventuras íntimas y residuos de gruyers encarroñados, en el cajón de alguna prefactura, se ha avivado por combustión interesada y ha arrasado rutas, maillots, escaladas y dorsales. El telespectador ha asistido, en unas semanas, más que a un prestigiosa prueba deportiva a un serial de despliegues policiales, de registros y detenciones. Incluso, en ciertas secuencias, el Tour evocaba las actuaciones del gobierno de Vichy. Pétain vive. En un paisaje de incertidumbre y crispación, es muy posible que algún ciclista urgido por esa filmografía destemplada y rancia, se haya echado al monte, por los atajos de los Pirineos o de los Alpes, buscando la protección del maquis. Si las cosas van por ahí, es posible que los presuntos colaboracionistas como Jean Marie Leblanc, director de la vuelta, y sus ayudantes terminen completamente rapados y paseados en medio de una multitud indignada. Bien está que se cumpla la ley, pero sin necesidad de alardes ni abusos: requisarle la insulina a un enfermo de diabetes resulta, además de una melonada, una temeridad incalificable. El Tour 98 ya está en la capilla ardiente. Ha sido una ciclomaquia: una lucha, un juego, un esperpento. Los guardias han corrido tanto que se merecen el maillot amarillo de campeones.
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