CUENTOS DE VERANO Los nuevos alquimistas
A. R. ALMODÓVAR En algún lugar del bosque habían sobrevivido. Descendientes de aquellos talentos descarriados del Medioevo, y aun de la Antigüedad, los nuevos alquimistas se aprestaban a abandonar su misterioso retiro y a romper un silencio cargado de espesas sabidurías, que ya no era posible preservar más tiempo. No les importaban las consecuencias. La tediosa España democrática les necesitaba. Atraído por antiguos cánticos, nuestro héroe, unas veces llamado Anhnáss (Anhelante Nacionalista del Sufrido Sur), se internó en la espesura. Embelesado como iba, no se apercibió de lo cerca que estaba de su propósito, hasta que lo tuvo delante. En efecto, un caserón o navío medio oculto por tupidas madreselvas, que lo envolvían en aromas irresistibles, se alzó de pronto ante sus ojos. Una voz acariciante le invitó a pasar. Mas no viendo puerta alguna, el valiente Anhnáss preguntó: -¿Por dónde? -No acababa de decirlo cuando un soberbio mamporro le alcanzó, propinado por mano invisible. -¿No te han dicho que aquí no se pregunta? -retumbó por la bóveda del bosque un marcado acento de clérigo vascuence. -Debería bastarte con tu deseo. Si no, es que tu nacionalismo es pura pacotilla. ¡Vamos, sureño ínfimo, inténtalo! Dolorido en la nuca y en su amor propio, el bizarro Alejandrín -que también era llamado- contuvo unas lágrimas y apretó los dientes. Un férvido deseo de traspasar aquel umbral incierto le condujo mágicamente al interior. Y no sintió más que un ligero desvanecimiento y que la mente le quedaba en blanco. Pero allí estaba. Al fin. Era aquella antigua Morada del Saber Verdadero, Templo de Ciencias Sagradas, ahora Cenobio de Purificación de Advenedizos. Su interior, sabiamente escalonado en valores ascendentes, lo configuraba una sinuosa y decrépita escalera de caracol. La escalera de Paracelso, la llamaban, por ser la misma por donde subieron y bajaron antaño los afanosos alquimistas, en su búsqueda de la piedra filosofal, la quintaesencia, el oro transmutado. Mucho tráfago de nigromantes, cabalistas, sortílegos, levitantes y místicos, habían tenido que soportar aquellos viejos peldaños. De modo que ya sólo era permitido transitarla, so peligro de derrumbe, a los últimos depositarios de la Gnosis, Grado N, es decir, de la Iluminación Interior Nacionalista. Una presión desacostumbrada le pareció a Anhnáss que lo apretaba contra el suelo, sin duda para hacerle notar lo más inferior de su categoría, la de Neófito. Y un desaliento indescriptible cuando alzó la vista por la enroscada escalera y comprendió la distancia que lo separaba del grado máximo, el de Artífices. De allí le llegaban ahora los ecos de una acalorada trifulca, voceada en tres lenguas norteñas. Pero al cabo todo pareció resolverse en este grito esotérico: ¡Gora la Naciò e a Libertade! Alejandrín sintió cómo un escalofrío de pánico y exaltación recorría la médula de sus dudosas convicciones. (Continuará).
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