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Aguas abajo

VICENT FRANCH I FERRER Estos días de finales de julio son momento adecuado para incidir de nuevo en la seria preocupación que produce la agresión permanente a nuestro medio ambiente, y en concreto, a los yacimientos y existencias de ese líquido vital que es el agua. Si el verano tiene entre los mediterráneos ese sabor soñado a ablución en aguas claras y frescas, a sombras salvíficas de morera o higuera, a noches al raso y a eructo victorioso (perdón) de sandía; si este tiempo de diásporas hacia la orilla del mar, las azoteas montañosas o quizás, los confortables climatizadores que aíslan de la perversión caliente de ciudades a punto de ebullición, no es menos cierto que también ocurren ahora los incendios forestales que descorazonan, las caravanas de coches huyendo de aquí para allá y los sobresaltos que produce la escasez de aguas en buen estado más allá de los años de sequía. El caso de Carcaixent, donde al parecer los pesticidas que se habrían venido utilizando desde hace tantos años en los campos habrían llegado a los niveles freáticos debido a la doble acción de la técnica de riego por inundación de los naranjos y el efecto de las lluvias de cierta intensidad, reedita otros casos anteriores y recientes de pueblos y ciudades que hubieron de buscar más arriba -en las montañas-, o más abajo -en el subsuelo-, nuevas vetas de aguas sin mácula no sólo para abastecer el creciente consumo sino sencillamente para beber. Recuerdo con cierta ironía como hace unos pocos años la inauguración de fuentes públicas en Nules para suplir la mala calidad del agua de la red tradicional (con niveles de nitritos que la hacían no apta para el consumo humano) fue festejada con banda de música, capellán y festeres al frente como si se tratase, más de medio siglo después de instalarse el agua potable en la población, de una conquista histórica. En realidad, en casi toda la Plana Baixa, y en general, en la extensa zona del naranjo, se repite la historia. La extensión de los cultivos y del riego por inundación, la perforación de nuevos pozos, el crecimiento del consumo urbano, el aumento del consumo suntuario, combinados con la utilización de abonos químicos y pesticidas de toda índole dan un resultado dantesco. Hace algo más de un año, este mismo periódico se hacía eco del encargo que la Consejería de Obras Públicas y Transportes había hecho a una o varias empresas de prospección e investigación para poner en claro los puntos negros, contaminados o contaminantes del país para poder así abordar políticas de previsión, corrección o nuevos enfoques. En vías de feliz solución el conflicto endémico de nuestra lengua convendría ahora volver los ojos y el interés hacia ese otro axioma que permite vivir como pueblo normal: el entorno ecológico. No puede haber comunidad normal ni construcción de futuro si no se preserva aquello que se recibe. En los últimos 30 años, y debido al abuso sistemático de esos dones naturales que heredamos, el país presenta un perfil de puntos negros, zonas pútridas, lugares desérticos y, ahora, ciudades amenazadas y amedrentadas fruto de la inercia suicida que agredió al ciclo natural del agua hasta recibir de éste una agonía patética. Ya hace años que tomé el propósito de escribir poco a poco un Tractat de l"Aigua donde recoger y exponer lo que da de sí el binomio agua / país valenciano. Al paso que vamos, quizás no tenga más remedio que escribir un Tractat Arqueològic de l"Aigua como testimonio de lo que fue.

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