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Ciudad

ADOLF BELTRAN Una esquina cualquiera del centro de Valencia. El viandante se topa allí con un buzón de correos, uno de esos plafones de publicidad misteriosamente colgados de postes en los que ondea la "senyera", un semáforo, otro buzón de correos, una cabina telefónica, una papelera, dos o tres farolas, un contenedor de basura y media docena de bolardos. La abundancia de mobiliario urbano resulta abrumadora y, a menudo, caminar por la ciudad se convierte en un ejercicio que obliga a sortear pequeños bancos de piedra, maceteros, barandillas, extraños artefactos publicitarios, postes... El impulso que lleva al Ayuntamiento a llenar las aceras de cosas más o menos útiles define muy bien la mentalidad de la alcaldesa, cuya percepción de la gestión municipal está marcada precisamente por el miedo al vacío. Rita Barberá y su equipo añaden a esa doméstica obsesión un dudoso gusto estético, capaz de mezclar esas farolas de tipo "pompier", que han inundado en serie otras ciudades pero que en Valencia alcanzan una densidad inigualable, con papeleras de un vago aire "déco", báculos increíbles de los que cuelgan tiestos de geranios, marquesinas algo historicistas y paneles de anuncios inclasificables. Todo muy "kitsch", como corresponde a una derecha cuya idea de la modernidad resulta francamente desalentadora. El discurso del PP sobre Valencia, como el mobiliario urbano, sufre una indigestión de retórica. Uno contempla ese "magnífico edificio del siglo XIX", como un arquitecto calificó, con sorna, en las jornadas inagurales, el nuevo Palau de Congressos, y puede llegar a creer que hay una ciudad de las postrimerías del siglo XX al final de la pomposa Avinguda de les Corts Valencianes. El notable edificio construido por Norman Foster parece ahora perdido en un paisaje lunar sembrado de cartelones de promociones inmobiliarias. Puede pasarle lo que ya le ocurre a la Ciutat de les Arts i les Ciències, cercada de inmuebles aparatosamente pasados de escala. Emblema de la alcaldía de Barberá, el Palau de Congressos es una excepción que contrasta con otras realizaciones de la primera edil, como el Pont de les Arts, tan ancho como cursi, de una afectación que se exagera con la cercanía funcional del IVAM. La concejal Benyeto ha dado muestras de una sensibilidad similar en el otro Palau, el de la Música, que empaquetó con un enorme lazo rojo las últimas Navidades y cuyo jardín se llena, poco a poco, de bustos dedicados a personajes ilustres, amenazando con acabar convertido en un raro santuario de exvotos musicales. Lo demás, Balcón al Mar, Parque Central, prolongación de la Avenida de Blasco Ibáñez, Tercer Milenio, capital cultural..., sólo responde a la necesidad de no dejar de hablar. Amueblar el vacío de un proyecto de ciudad; en eso consiste la política popular.

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