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Tribuna
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Balcones virtuales

Aquello no ocurrió de un día para otro, fue un proceso gradual, implacable pero casi imperceptible, que fue vaciando los balcones según se llenaban de televisores los hogares. A través de la ventana mágica, el paisaje se ampliaba vertiginosamente, el mundo entero se colaba en el salón y había que bajar las persianas para contemplarlo sin interferencias. Era un mundo en blanco y negro, pero no importaba, porque entonces la realidad era gris, como las aceras y las fachadas y los adoquines y los uniformes de la policía y los trajes de medio luto permanente que la población adulta de ambos sexos se obstinaba en vestir como si los engranajes del tiempo se hubieran atorado y en el calendario no pasara la hoja de un sempiterno Miércoles de Ceniza.Hoy, los balcones de las viejas casas de los viejos barrios de la ciudad están de adorno, cuando lucen flores y plantas o son utilizados como tendedero, o trastero; aunque, de vez en cuando, en la noche, sirvan como trinchera para un fumador condenado a las tinieblas exteriores que indica su solitaria presencia con la baliza intermitente de su cigarrillo. De vez en cuando también una mano pálida descorre los visillos para cerciorarse de que todo sigue en su sitio.

Hoy, cuando las ventanillas electrónicas y digitales se abren a un panorama abigarrado y múltiple que escudriña todos los rincones de la realidad, el usuario se siente muchas veces abrumado, extraviado, estragado con este menú largo y ancho, la Tierra es una sandía global cortada en finas porciones, un postre virtual excesivo al cabo de la jornada. Entonces, si el usuario es madrileño, el mejor remedio para tanto estrago consiste en sintonizar el canal autonómico, que es como abrir de nuevo la ventana que le comunica con sus calles y sus plazas, el balcón que se asoma al gran patio de vecindad ciudadana.

En Telemadrid, asendereada y amenazada, hay programas como Tómbola, que más que debates son cotilleos de patio de vecindad, donde cotillas profesionales reproducen chismes y maledicencias a escala planetaria y se tiran del pelo y se rasgan las vestiduras por un quítame allá esa paja del ojo ajeno. Pero la burda algarabía de estos cantamañanas fuera de horario no consigue apagar los ecos de unos informativos locales, ágiles y espontáneos. La televisión local se localiza aún más, se hace televisíón vecinal en espacios como Madrid directo, en el que un nutrido equipo de reporteras y reporteros afrontan las inclemencias del directo y de la climatología, patean las calles, aprietan los botones de los porteros automáticos, abordan a ciudadanas y ciudadanos, protagonistas o testigos de los eventos grandes o pequeños, lúdicos o dramáticos, que conforman el diario de la jornada, recogen denuncias y testimonios, informan sobre arte, cultura, tráfico, gastronomía, sucesos y procesos, hilvanan la crónica viva de una ciudad que parece dorrnida bajo el sol del verano, de la ciudad que ignoran, encerrados entre sus cuatro paredes, los ciudadanos fatigados y sudorosos arrumbados frente al televisor.

En las tardes de Telemadrid la vida de la ciudad se transforma en una amena película, tragicomedia fragmentada y dosificada con amenidad por el equipo de Madrid directo, que rescata sus imágenes efímeras y traza la historia cotidiana de este barrio periférico de la aldea global.

En verano, dice un axioma periodístico, las noticias se guardan en el congelador para que no se estropeen, porque sería un desperdicio sembrarlas en los páramos del estío, donde se agostarían ante la indiferencia de sus receptores, desconectados para todo lo que no sea ocio y jarana durante sus vacaciones. Los políticos, emisores profesionales y compulsivos de noticias, también se van, no quieren ser molestados, ni molestar a nadie con sus cosas. Administradores y administrados, informadores e informados, suelen respetar los términos de esta tregua implícita que vacía de titulares los medios a la llegada del verano.

Sin políticos, sin inauguraciones, sin ruedas de prensa, incluso sin grandes atascos de tráfico, en la ciudad dormida, los despiertos reporteros de Madrid directo demuestran cada tarde que la urbe sigue viva y goza de mejor salud que cuando la aturden con sus gritos portavoces, voceros, bocinas y sirenas.

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