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Incomprendidos

RAMÓN DE ESPAÑA El pasado miércoles, a las diez y cuarto de la noche, los espectadores del Canal 33 pudimos asistir a un fenómeno insólito: ¡todo un programa dedicado a Jaume Sisa y sus heterónimos! Lo pillé empezado, pues mi cita diaria con Seinfeld se está convirtiendo en algo sagrado, pero tuve tiempo de escuchar a mi viejo amigo cantar y hablar durante casi una hora. ¿Lo pasé bien? No exactamente. Claro que me gustó oír una vez más las canciones cien veces oídas. Claro que su discurso me pareció, como de costumbre, de una lucidez aplastante (me gustó mucho eso que dijo de que ni sabía muy bien quién era él ni le importaba lo más mínimo). Pero ¿no había algo muy triste en ese hombre que suple con la boca la labor de unos instrumentistas a los que no puede pagar? ¿No había algo un tanto melancólico en la figura de ese cantautor solitario y esquizofrénico cuyas diferentes personalidades no son ni comprendidas ni apreciadas por el común de los mortales? No es necesario volver aquí al fracaso del proyecto conceptual en torno a Ricardo Solfa. La cosa salió mal y eso es todo. Nuestro hombre cambió de idioma y de país, y consiguió perder el público que tenía y no ganar uno nuevo (el madrileño medio ha pasado los últimos años empeñado en considerarle un graciosillo catalán que canta boleros). Fin de la historia. Lo grave es que Jaume Sisa / Ricardo Solfa / Armando Llamado / Ventura Mestres no es el único músico catalán de las últimas décadas que ha pagado con sangre su tendencia a la ironía. ¿No la están sufriendo también dos personajes con tanto talento como Alfonso Vilallonga y Marc Parrot? ¿No empiezan a parecer las de estos tres caballeros auténticas vidas paralelas? Veamos: la última vez que mi amigo Solfa tuvo una presencia continuada en TV-3 fue en el programa de Xavier Sardà Tot per l"audiència, donde se le pagaba para que se hiciera el gracioso con unas coplillas al final de la emisión semanal. Algo parecido le sucedió a Alfonso Vilallonga: dentro de Les 1.000 i una, Jordi González le permitió durante el verano del 97 hacerse el gracioso con unas coplillas al final del programa. A Marc Parrot, ¡viva la originalidad!, Andreu Buenafuente le permite convertirse cada semana en El Chaval de la Peca y... han acertado: le deja hacerse el gracioso con unas coplillas al final de la emisión semanal de Sense títol / s/n. Ni Sardà, ni González ni Buenafuente tienen la culpa de nada. Ellos, probablemente, entienden a los artistas a los que acogen en sus programas... Pero los condenados son tan raros, tan poco clasificables, y les gusta tanto hacer el ganso, que lo más normal del mundo es que lo hagan en programas de máxima audiencia. Programas en los que, lamentablemente, no hay demasiado espacio para la melancolía, para el eclecticismo o para intentar demostrar que la ironía musical puede ser algo muy serio (en caso de duda, consúltese la obra de Erik Satie). Si nuestros presentadores estrella y nuestra televisión autonómica no tienen la culpa del encasillamiento en el humor de unos compositores que dan mucho más de sí de lo que aparece en la pequeña pantalla, ¿quién la tiene? Pues me temo que el conjunto de la Cataluña y la España seudomelómanas, que no está para sutilezas y para músicas raras de esas que los encargados de las tiendas de discos no saben dónde colocar. ¿Exigían demasiado estos santos varones a la sociedad que les albergaba? Probablemente. Solfa pretendió reinventar la canción española, Vilallonga intentó mezclar a Edith Piaf con Kurt Weill, Parrot se presentó al mundo como un extraño híbrido de Antonio Molina y David Byrne. La sociedad tomó nota de sus propuestas y les envió a los tres a tomar por el saco. Eso sí, para que no se murieran de hambre, se les permitió, por turnos, hacerse el gracioso en TV-3. Hace unos meses, Sisa se compró un apartamento frente a la madrileña estatua del héroe de Cascorro. ¿Quién heredó su piso anterior?: Alfonso Vilallonga. Algo me dice que cuando Alfonso se canse del ninguneo de sus compatriotas y se vuelva a su querida Boston, Marc Parrot o algún otro beautiful loser que no conozco se instalará en él, harto de hacerse el gracioso en algún programa televisivo de máxima audiencia.

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