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Reportaje:

De cuando el rey quiso fabricar oro

Una guía regional muestra las rutas del Madrid científico de los siglos XVI al XVIII

Vicente G. Olaya

España fue durante casi dos siglos el país más adelantado tecnológicamente del mundo. "Sólo con tecnología podía mantener su inmenso imperio. Las guerras no son otra cosa que enfrentamiento de tecnologías", comenta Antonio Lafuente, autor de la Guía del Madrid científico, un recorrido por las industrias que confirieron ese poder al imperio. La Consejería de Educación y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) han editado este libro para dar a conocer "una historia casi secreta".Pocos conocen que el Real Sitio de Aranjuez es el primer intento de Felipe II de crear un equivalente moderno a las grandes obras de ingeniería renacentistas. El lugar, en aquella época una ciénaga, fue convertido en vergel gracias a los ingenieros flamencos e italianos que ordenó hacer venir el rey. Éstos levantaron un sistema de canalizaciones de más de ochenta kilómetros -que incluía un vasto plan de diques y presas- para desecar unas zonas y hacer navegables otras. Se construyó el mayor embalse de la época, el de Ontígola, que aseguraba los regadíos, surtía a las fuentes y regulaba los caudales.

En el monasterio de El Escorial se instaló la biblioteca real. Unos 4.000 volúmenes traídos de todas partes del mundo engrosaban la colección. "Sus fondos", se explica, "debían abarcar todas las ramas del saber sin restricción de lenguas. La biblioteca no era concebida como un simple repositorio de libros, sino también como archivo y laboratorio". En torno a ella se crearon la botica, el jardín botánico, los laboratorios y el hospital. Y así nació, según Lafuente, "el núcleo alquímico más importante de la Península", que podía fabricar "bálsamos, perfumes, aceites, remedios terapéuticos y experimentos de transmutación". Incluso hubo un intento "secreto" de fabricar oro. Pero el imperio necesitaba además una institución que se ocupara del control de las cartas náuticas, las tablas astronómicas y los instrumentos de navegación. Nació así la Academia de Matemáticas, que rodeó a la corte de un "plantel de intelectuales y científicos de una relevancia internacional". El Colegio Imperial (1603) -17 cátedras de estudios y una biblioteca de 20.000 libros- impartía al tiempo estudios de lenguas, historia, filosofía, matemáticas, ética, economía, re militari, teología e historia.

Un siglo después, en la Ilustración, se abrieron la Academia de Bellas Artes, el Hospital General, el Colegio de Cirugía, la Academia de las Ciencias, las escuelas de Química y Mineralogía, el Gabinete de Máquinas, el Jardín Botánico y el Observatorio Astronómico (1790). En 1802, el observatorio fue dotado de un excepcional telescopio. Pero la Guerra de la Independencia lo arrasó. El ingenio fue sustituido por un cañón: "Un símbolo de todo lo que le sucedió a la ciencia española", dice Lafuente. "Pero sólo hay fracaso allí donde hubo primero proyecto", termina.

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Sobre la firma

Vicente G. Olaya
Redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha desarrollado su carrera profesional en Antena 3, RNE, Cadena SER, Onda Madrid y EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad CEU-San Pablo.

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