La frontera de cristal
El azar ha reunido en mis manos dos análisis sobrios, y por ello más turbadores, de las situaciones creadas por la erección de nuevos telones y muros (perdón, vallas; perdón, perímetros disuasivos; perdón, sistemas perfeccionados de vigilancia electrónica) entre los países de alta renta per cápita (aunque mal distribuida) y los piadosamente llamados "en vías de desarrollo" (y en realidad, sumidos en condiciones de vida inicuas, tanto más indecentes cuanto más cercanas al supuesto paraíso del consumismo a ultranza): el extenso artículo de Saul Landau (The twilight zone. Life and death along the border, publicado en The Los Angeles Times el 25 de mayo de 1998) y el reportaje de Christian Sorg y Patrick Bard (Ceuta, le bastion dérisoire de la forteresse Europe, Télérama, del 30 de mayo de 1998). Lectura a dos voces acordes en su relato circunstanciado, y bajo cuyo rigor expositivo se transparenta un siniestro presagio: estamos fabricando un polvorín de imprevisibles consecuencias, prendiendo el fuego a la mecha de una carga de dinamita destinada a estallar tarde o temprano.Recorrí hace casi treinta años un pequeño tramo de esta frontera de cristal agudamente retratada por Carlos Fuentes en su último libro de relatos. Era profesor invitado por la Universidad de California en La Jolla y los fines de semana solía viajar a Tijuana, a solas o con algunos colegas y alumnos. La ciudad ofrecía ya una mezcla heteróclita de elementos tradicionales y modernos, un exponente de esa identidad fronteriza mutante y abigarrada que siempre me ha seducido. Por un lado, oficinas de divorcio instantáneo, dudosas entidades bancarias, asesorías de evasión fiscal, suntuosas villas de traficantes conchabados con las autoridades locales y la policía de ambos lados de la frontera; por otro, frontones de pelota vasca, tugurios de un peso por pieza musical bailable, mariachis, burdeles extravagantes, mendigos, buscavidas y hasta una plaza de toros que acogió al Cordobés y a centenares de admiradoras suyas con abanicos, peinetas y mantillas, venidas en sus limusinas desde los barrios selectos de Los Ángeles. El profesor Joaquín Casalduero y sus amigos denominábamos a esta mitad antigua la "Tijuana de Galdós".
A juzgar por el artículo de Saul Landau y sus comentarios a las recientes obras de Charles Bowden y Sebastián Rotella consagradas a esta línea fronteriza establecida por la fuerza de las armas a mediados del siglo XIX, la Tijuana de Galdós es sólo un recuerdo. En torno al núcleo de la ciudad propiamente dicha se extiende un océano de chabolas miserables en las que se hacinan decenas de millares de personas al acecho de la ocasión de saltar la valla y penetrar en el Eldorado visible al otro lado de la verja. El Tratado de Libre Comercio, firmado por México y su poderoso vecino, impone al primero la entrada sin trabas de la técnica, mercancías y productos industriales estadounidenses, pero niega este mismo derecho a las personas: a millones de mexicanos atraídos por el trabajo clandestino en la agricultura californiana y en los talleres o plantas de subcontratación sin regulación laboral alguna.
La tradicional práctica mexicana del soborno ha facilitado así el desarrollo de las mafias de la droga y la inmigración ilegal, la proliferación de empresas maquilladoras, la explotación sin escrúpulos de una mano de obra indefensa, la prostitución juvenil en los dos lados de la frontera y el crimen organizado del que son víctimas los funcionarios íntegros y los periodistas demasiado curiosos. Tijuana, nos dice Saul Landau, se ha trocado en uno de los mayores centros del tráfico de drogas e inmigrantes, en la puerta de entrada de toneladas de cocaína, heroína y anfetaminas consumidas anualmente en Estados Unidos. Como las demás ciudades mexicanas fronterizas, es un laboratorio experimental que desafía todas las leyes de preservación ambiental y acumula cínicamente montañas de desechos y vertidos tóxicos. La consolidación de los carteles locales, los abusos y asesinatos impunes, la perfecta división del mundo entre el planeta de los ricos y el de los miserables conjugan sus efectos devastadores sin que nadie prevea las consecuencias. La "ejemplar colaboración" entre Estados Unidos y México se reduce así a una cuadratura tan imposible como la del círculo: mafias, drogas, inmigración, globalización. Parafraseando la obra de Charles Bowden sobre Ciudad Juárez, Saul Landau concluye su análisis de los cambios acaecidos a lo largo de esta década con estas palabras melancólicas: "México es el puente al siglo XXI y nos aterroriza cruzarlo. Preferimos refugiarnos en la teoría del capitalismo global, un galimatías ininteligible aunque tranquilizador en cuanto nos dice: de un modo u otro, las cosas se arreglarán".
El reportaje de Christian Sorg y Patrick Bard sobre el enclave español de Ceuta es asimismo aleccionador. Sus autores, embarcados en una patrullera de la Guardia Civil, tienen la oportunidad de observar la pantalla del radar, moteada de puntos luminosos, que señalará la presencia de una patera con su cargamento de inmigrantes clandestinos. La correría nocturna no procura presa alguna y, de vuelta al enclave, recorren el islote de 19 kilómetros cuadrados metamorfoseado, en virtud de los acuerdos de Schengen, ratificados por España en 1995, en la primera frontera meridional o avanzadilla defensiva de la Unión Europea. Las autoridades locales evitan con tacto y prudencia toda referencia al muro: la doble cerca de dos metros de altura, reforzada con alambrada de púas e instrumentos de detección sensibles al menor movimiento y vigilada día y noche por cámaras de vídeo, no es oficialmente un muro, sino una "doble valla " o, mejor aún, "un perímetro de seguridad". Financiada en un 75% por la Unión Europea, la obra, de coste superior a los 6.000 millones de pesetas, estará lista a comienzos del verano e impermeabilizará los ocho kilómetros y pico de la frontera, para reposo de la totalidad de la Fortaleza Europea.
Fuera de su carácter altamente simbólico, dicho muro, vallado o perímetro salvíficos, linde entre Europa y África, es de escasa utilidad. Por un lado, los candidatos a la inmigración ilegal prefieren lanzarse a la aventura, a veces mortal, de un viaje en patera a partir de las cercanas costas marroquíes a ser detenidos y devueltos a su país antes de embarcarse; por otro, tanto los ceutíes como, los melillenses, viven del régimen de frontera abierta que permite a los habitantes de las zonas cercanas abastecerse en los enclaves y mantener de este modo a flote la economía de éstos. Sin dicha inyección, el comercio local, en declive desde la apertura de la verja de Gibraltar, se derrumbaría. El muro o vallado o perímetro de seguridad parece destinado más bien a conjurar los viejos fantasmas de la invasión -empleo la
terminología de nuestro ilustre historiador Sánchez Albornoz- de la "nube de langosta africana".
La situación de Melilla es aún más precaria. El delegado del Gobierno, Enrique Beamud, soslaya también con pudor la existencia de un muro, palabra que crea, dice, una "imagen negativa de la ciudad". Las obras iniciadas con la ayuda del Ejército consisten, agrega, en la erección "de dos vallas, distanciadas entre sí por un espacio de cinco metros, con una carretera en medio para el personal de vigilancia". Las vallas tendrán una longitud de 10 kilómetros y una altura de tres metros. Conforme a El Telegrama de Melilla del 6 de junio de 1998, la empresa constructora ha escogido "una valla diáfana, de acero reforzado, que podrá ser vista desde ambos lados". En la parte interior de la misma se instalarán sistemas ópticos de vigilancia, con 70 cámaras fijas, que facilitarán la observación de la zona. Y, siempre según el señor Beamud, la labor protectora se completará "con sistemas sensores, acústicos y de fibra óptica para impermeabilizar el control del perímetro fronterizo".
Como vemos, la idea primera de blindar las fronteras de los enclaves africanos con el arsenal de minas antipersonales almacenadas en España (más de 600.000) y que ahora habrá que destruir, tras el actual acuerdo de prohibición internacional ratificado por el Gobierno, ha sido sustituida con otra más humana, mucho más humana, casi demasiado humana, de acuerdo con nuestra nueva y acrisolada condición de europeos. El muro (perdón, las vallas; perdón, el perímetro dotado de alta tecnología destinada a separar el grano de la paja, el aleve candidato a la inmigración ilegal del hijo privilegiado de Schengen) no será mortífero, sino disuasivo. ¡La lógica de la persuasión por el ejemplo se ha impuesto, gracias a Dios, a la fuerza bruta y a una eventual carnicería de efectos nocivos para nuestra imagen moderna y civilizada!
Pero, como en Ceuta, los negocios son los negocios, y los comerciantes del enclave viven de las compras de las 35.000 personas de la región de Nador que cruzan legalmente la frontera a diario y mantienen en vida a la poderosa industria del contrabando legal. En otras palabras, Melilla, como Ceuta, no puede vivir sin éste, pese a la costosa e inútil ingeniería disuasiva. Los marroquíes, indeseables en la Península, son el maná llovido del cielo en las llamadas plazas de soberanía.
No obstante, la riada humana que se desparrama por la ciudad inquieta a los melillenses de bien y a las autoridades del ente autonómico. Junto a los buenos compradores que alimentan el contrabando legal otros elementos dudosos conchabados con la mafia local introducen toneladas de hachís y, según el senador por el Partido Popular Aurel Sava, en unas recientes y sonadas declaraciones, transmutan a Melilla en una nueva versión de Sodoma y Gomorra: "Tenemos alrededor billones de pesetas del narcotráfico, droga, uso y abuso y falta de derechos y del contrabando de carne humana e incluso de armas... La [vida de la] propia ciudad y el boom económico de ciertos señores resultarían imposibles si no se tiene en cuenta este problema... habría que ver de dónde viene la financiación de algunos con este dinero sucio". De acuerdo con las revelaciones del senador, circulan anualmente por Melilla 60.000 millones de pesetas, de las cuales una buena parte "sale de la ciudad hacia cuentas bancarias suizas". Dejando de lado las querellas por el poder local que enfrentan al Partido Popular con el Gobierno autonómico del Grupo Mixto, la descripción de cuanto acaece en los enclaves no difiere sino en términos cuantitativos de lo denunciado por Saul Landau en Tijuana y Ciudad Juárez: mafia, drogas, inmigración, mundialización.
Esta economía fundada en el contrabando, ya sea semilegal, ya clandestino y perseguido, si procura medios de subsistencia y Jaujas de dinero fácil tanto a ceutíes y melillenses como a los marroquíes de las zonas contiguas -concediendo a una mayoría de estos últimos una puerta de acceso a las migajas de la sociedad de consumo-, contribuye en cambio de forma eficaz a perpetuar la pobreza de las provincias del norte de Marruecos al desalentar el nacimiento y desarrollo de industria competitiva propia: ¿para qué fabricar en efecto bienes y objetos que el vecino vende más barato?
La situación es peligrosa y se convertirá en explosiva el día en que se cancele definitivamente el régimen arancelario actual y el Magreb se vea inundado por la libre circulación de la mercancía europea mientras las murallas protectoras que alzamos impidan la de las personas. No se puede hablar de libre cambio cuando la circulación es unidireccional.
¿Qué ocurrirá entonces? La incorporación de Marruecos al macromercado europeo liquidará por un lado la base económica del contrabando legal de nuestras irrisorias plazas de soberanía y las transformará en guetos semejantes a los que crecen al otro lado de la frontera; por otro, arrastrará a nuestros vecinos del sur a una situación parecida a la que atraviesa México desde la firma del Tratado de Libre Comercio norteamericano, con todo lo que ello acarrea.
Ni la Unión Europea ni España han elaborado aún un proyecto de desarrollo económico coherente con respecto al Magreb, capaz de frenar la presión inmigratoria con medidas que no sean puramente represivas y de paliar las consecuencias de una desestabilizadora irrupción de bienes y mercancías. La Europa Fortaleza no logrará contener con muros ni vallas ni perímetros protectores el afán de una vida mejor que anida en el corazón de millones de magrebíes y sursaharianos: el hambre no admite fronteras: y el espectáculo de Tijuana y Ciudad Juárez reaparecerá pronto en las ciudades condenadas a sufrir la inicua ley de las mafias, el narcotráfico, la corrupción policial y administrativa, la trata de carne humana y la travesía temeraria o mortal del Estrecho. El mundo dividido entre Norte y Sur, mucho más duro y cruel que el existente antaño entre colonizadores y colonizados, podría cifrarse en la fotografía de uno de los libros comentados por Saul Landau: los espaldas mojadas, dormidos en un barracón, exhiben sus pies desnudos, para emplear una frase de Günter Grass, como "su único documento de identidad".
Detengo aquí la flaca barquilla de mis pensamientos. Las que cruzan el Estrecho, navegando en ansias, vislumbran ya las costas de Eldorado, el otro lado de la frontera de cristal.
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