¿Marea o maremoto?
En las últimas semanas, la mayor parte de los medios escritos influyentes en Cataluña (El Periódico, 21 y 22 de junio; La Vanguardia, 28 de junio; EL PAÍS, 13 de julio) han encargado y difundido distintas encuestas (Vox Publica, Opina y Demoscopia, respectivamente) que, bajo enfoques no enteramente idénticos, tienen en común el intentar acercarse a lo que pudiera suceder en unas elecciones autonómicas en Cataluña, llamadas a celebrarse sabe Pujol cuándo, pero, como máximo, en el plazo de un año y unos meses. Mucho me temo que un lector parsimonioso y concienzudo que intente de buena fe aclararse sobre el clima electoral que prevalece en Cataluña a partir de lo que en esas encuestas se apunta, puede acabar en la situación de perplejidad más absoluta. ¿Qué hay debajo de las diferencias tan importantes como las que van desde la "ventaja de 11 puntos de Pujol" (La Vanguardia) a "Maragall aventaja a Pujol en 7,5 puntos" (El Periódico) o "Maragall supera en ocho puntos a Pujol" (EL PAÍS)? Intentaré aportar mi granito de arena a la explicación y sobre todo, lo que es más importante, intentaré relacionar todo esto con una interpretación de los vectores que van a jugar en esa elección. Las tres encuestas se han hecho en fechas similares. Aunque dos de ellas (El Periódico y La Vanguardia) se han hecho mediante contacto telefónico, mientras que la de EL PAÍS se ha realizado mediante una entrevista cara a cara, y aunque los tamaños muestrales son significativamente distintos (400 entrevistas El Periódico / Vox Publica; 600 entrevistas La Vanguardia / Opina; 800 entrevistas EL PAÍS / Demoscopia), dando lugar a errores de muestreo también distintos (± 5%, ± 4%, ± 3,5%, respectivamente), a mi juicio, no radica en estas diferencias técnicas la clave explicativa de las diferencias sustantivas. La clave explicativa principal hay que buscarla en la distinta construcción de los indicadores que se han seleccionado como más relevantes y, sobre todo, en el distinto ejercicio de transformación (mayor o menor) de los datos brutos en la estimación que en cada caso el titular sintetiza. La encuesta de La Vanguardia es un ejercicio de estimación electoral a partir de indicadores de preferencia electoral que no se describen en detalle. La de El Periódico se refiere a un indicador de los que se han llamado de preferencia virtual, es decir, no a una pregunta convencional de intención de voto, sino a una de hipotética confrontación exclusiva de los dos candidatos más relevantes. La encuesta de EL PAÍS contempla tanto la respuesta directa a la pregunta virtual (de donde sale la ventaja de ocho puntos a favor de Maragall) como una pregunta convencional de intención de voto a partidos, a partir de la cual esa ventaja se reduce a cinco puntos. Lo importante es que se trata de tres ejercicios perfectamente legítimos y honestos desde el punto de vista técnico y deontológico, pero que son distintos estructuralmente. Si buscamos indicadores de mínimo denominador común, el más relevante de los cuales sería sin duda la pregunta virtual, la de preferencia polarizada entre dos únicos candidatos, Pujol y Maragall, formulada en parecidos términos en las tres encuestas, nos encontraríamos con resultados de sentido idéntico en las tres encuestas (preferencia por Maragall sobre Pujol) y de intensidad algo distinta (más pronunciada en los sondeos de EL PAÍS y El Periódico, más tenue en el de La Vanguardia), pero con diferencias comprendidas en el error de muestreo tolerado por los respectivos tamaños muestrales. Ahora bien, al margen de la cuestión técnica en la interpretación de diferencias de apariencia tan chocante, lo que de verdad importa, es decir, el dibujo electoral que estas encuestas remiten, ¿está o no suficientemente definido como para permitir pronósticos, aunque sean éstos más o menos abiertos? Mi interpretación, sobre la base de los datos, es que lo está en un cierto sentido, aunque no tanto como para permitir un pronóstico cerrado. Me explico. Cualquier persona mínimamente versada en el comportamiento electoral de los catalanes sabe que éste se caracteriza por un patrón diferencial muy acusado en función del tipo de elección. Mientras que en las elecciones legislativas (y con una sola excepción también en las demás elecciones de ámbito supraautonómico, es decir, locales y europeas) gana el PSC-PSOE, en las elecciones autonómicas, de las que desde 1980 se han celebrado ya cinco, el ganador ha sido invariablemente CiU, en tres de las cinco por mayoría absoluta. El análisis poselectoral revela que esa pauta diferencial, cuyos extremos de diferenciación los marcan las elecciones autonómicas y las elecciones legislativas, está a su vez, sustentada en dos fenómenos que contribuyen desigualmente a la desigualdad de resultados. Uno, contra lo que comúnmente se cree, el menor, la tendencia al voto dual, es decir a votar partidos distintos en función del carácter de la elección, que dibuja intercambios selectivos entre CiU, el PSC y el PP según se trate de elecciones autonómicas (contra el PSC y el PP) o elecciones legislativas (contra CiU). Otro, mucho más importante, lo que pudiéramos llamar abstención dual, la tendencia de un número significativo de electores (fundamentalmente, quienes suelen votar al PSC y al PP en mayores proporciones) a votar en elecciones legislativas y a abstenerse en elecciones autonómicas. Una viva discusión académica enfrenta a quienes opinan que esa abstención selectiva se relaciona con una menor identificación afectiva y simbólica con el régimen de autogobierno, con quienes niegan cualquier relación de la abstención autonómica con ese déficit de identidad subjetivo (Francesc Pallarés, de modo más señalado). Pero, sea la que sea la genealogía, lo que es empíricamente incontestable es la diferencia participativa entre uno y otro tipo de elecciones. Tomando las tres últimas series como referencia, vemos que en las autonómicas del 88 votó el 58,7% del censo y en las legislativas del 89 participó el 67,2%; en las autonómicas del 92 votó el 54,9% del censo y en las legislativas del año siguiente lo hizo el 75,4%; en las autonómicas del 1995, a su vez, votó el 64,8% de los censados, y en las legislativas de 1996, el 76,3%. Más de 21 puntos de diferencia en el segundo caso y alrededor de 10 puntos en el primero y tercero. En 1993 se inicia un ciclo participativo nuevo que hace menos homogénea la comparación con las autonómicas anteriores, de suerte que puede generalizarse que la diferencia tipo en la participación se encuentra en el orden de 10 puntos más de participación en las legislativas que en las autonómicas. Ahí, más que en otro factor, va a estar, entiendo, el quid de la elección. Si el llamado efecto Maragall se traduce en movilización efectiva, el candidato del PSC puede ganar. Si no, Pujol volverá a ser el candidato más votado, aunque Maragall reduzca significativamente la distancia entre las dos opciones. A mi juicio, es prematuro pronunciarse sobre si ese efecto se va a trasladar a participación y en qué medida. Esa indefinición es la que hace, según mi criterio, que un pronóstico cerrado sea ahora mismo temerario. Además hay otras señales que deben llevar a atemperar cualquier extrapolación mecánica de la ventaja en algunos indicadores electorales que hoy tiene Maragall. De más a menos, se trata de la ventaja de Pujol en cuanto a identificación institucional, imagen de resolución y valoración de su gestión al frente del Gobierno. De hecho, al margen de las preferencias, hay significativamente más gente que anticipa una victoria de Pujol que una de Maragall, y ese indicador suele ser un predictor básico bastante efectivo. Además, está por ver qué pasa en el espacio de la izquierda relativa del PSC. Si hay comparecencia conjunta del PSC con IC (coalición u otro acuerdo), si no lo hay y si la nueva Esquerra Unida i Alternativa araña o no votos de IC. Hoy por hoy, hay un sensible marasmo en ese espacio, que incluye tanto una elevada intención de fuga hacia el PSC como, muy probablemente, dificultades identificatorias de las siglas nuevas y viejas. Todo ese proceso requiere decantación. Por todo ello, hoy es difícil saber si estamos ante una marea (la que llevaría a un reequilibrio de la representación respectiva de la primera y segunda fuerza política en el Parlament, pero manteniendo a CiU como ganadora) o ante un maremoto (el que supondría una victoria de Maragall en las elecciones). Desde 1980, las elecciones catalanas han sido, por seguir con el símil acuático, un estanque. Una asimetría percibida entre Pujol y sus sucesivos rivales en el PSC privaba a los comicios de una dimensión de credibilidad competitiva. Maragall, en cambio, fa cara de president, aunque, por el momento, menos que Pujol. Marea o maremoto, lo que es seguro es que las aguas no van a seguir estancadas.
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