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TOUR 98

Demasiado pronto para bajar el listón

Luis Gómez

Visto en la superficie, Ullrich no tiene otro enemigo que Ullrich. Del escalafón de aspirantes se deduce que sólo el joven alemán presenta buenas credenciales en todas las suertes del recorrido del Tour. Uno a uno, sus presuntos rivales desvelan claramente puntos débiles, sea en la alta montaña (Olano y Jalabert), en la contrarreloj (Pantani y Virenque) o en lo que podríamos denominar fortaleza psicológica (Zülle). Reducido a esa mínima expresión, condensando a 21 etapas según tres leyes básicas, poco hay que objetar al pronóstico de este Tour 98: Ullrich. Puestos a comparar, hasta Induráin mereció rivales con más apariencia en algunas ocasiones (Bugno y Romminger). Contradecir el pronóstico dependerá de un error de cálculo, de una desgracia o de un desfallecimiento imprevisto. Dependerá también de que Ullrich mantenga intacta su ambición por la victoria una temporada después de que, a sus 23 años, haya disfrutado de los beneficios del éxito: es un héroe popular en Alemania. Detalles como éste no se pueden anticipar horas antes de que comience la carrera. Sí, hemos visto al chico arrastrarse por la carretera con 10 kilos de más, sus mejillas sonrosadas, su barriga pronunciada. Su gordura ha sido el comentario general durante meses, pero el globo se ha deshinchado hasta aparecer en Dublín con el mismo aspecto de hace un año y, lo que es más concluyente, con la misma mirada. ¿Tendrá hambre este chico? Después de seis meses en cola de pelotón, es bastante probable que tenga apetito de victoria. La estrategia, aun reprobable por una cuestión de estética, puede que acaso haya funcionado.Si Ullrich está en su sitio y dicta las condiciones de la carrera, queda por anticipar qué harán los demás. ¿Colocarse detrás ordenadamente?, ¿pelear entre sí?, ¿sumar alianzas para poner en dificultad la hegemonía del número uno? Nadie le debe un favor. No se olvide que Ullrich y el Telekom obligan a un sometimiento estricto en el Tour.

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Ullrich y los demás

A efectos del aficionado español, el Tour es un espectáculo que acompaña el disfrute veraniego. Ha dado tantas satisfacciones en la última década que cuesta acostumbrarse a una visión más desapasionada. Desearíamos contar con un serio aspirante y el asunto está ciertamente complicado. Abraham Olano aún disfruta de reconocimiento internacional, pero sus opciones son realmente escasas. Quienes vienen por detrás (Jiménez y Santi Blanco) sólo tienen utilidad para el consumo interno, salvo que Blanco ofrezca algunos detalles y se decida a correr el Tour desde el principio hasta el final. Escartín no tiene sitio por mucho que cuente con cierto predicamento en algunos sectores.

Queda la tentación de rescatar del baúl sensaciones ya olvidadas; es decir, conformarnos con alguna explosión montañosa de Jiménez, con algún efímero triunfo de etapa, quién sabe si con algún día de gloria de Escartín. Pero eso es bajar el listón, regresar al ciclismo acomplejado de otros tiempos, reconocer explícitamente que el ejemplo de Delgado e Induráin no sirvió de nada. El asunto principal es detectar si, entre los nuestros, hay algún ciclista sometido a la exigencia personal de luchar por el éxito final. Que se sepa ese ciclista es Olano.

Habrá que aceptarlo con todas sus consecuencias. Seguir su actuación será tortuoso: Olano debe sumar y luego restar, debe estar pendiente de cualquier detalle para sacar provecho, debe bajar más deprisa que el resto. Olano obliga a ver el Tour al revés: la montaña será su enemigo. No administrará energía sino sufrimiento. Olano es la otra cara de lo que fue Delgado. Salvo que Blanco nos sorprenda, es nuestra opción y queremos seguir el Tour desde Dublín hasta París. Eso, con sus riesgos, o volver al pasado y disfrutar de una escapada incruenta. Aún es demasiado pronto para bajar el listón.

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