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FRANCIA 98

Holanda, una cuestión de carácter

Ningún equipo como el de Hiddink se ha comprometido tanto con un estilo de juego

Santiago Segurola

El fútbol está hecho sobre demasiados prejuicios. Agarrarse al tópico siempre resulta cómodo. Según los mitos de rigor, Brasil es la magia, Nigeria la naturalidad, Alemania la eficiencia, Italia la astucia, Inglaterra la generosidad y España la nada. En algún caso hay razones objetivas para seguir este carril. El caso de España comienza a ser preocupante por reiterado.Según el discurso de modelos preestablecidos, Holanda es una selección atractiva, pero sin carácter. Es una idea que se vuelve recurrente en caso de derrota. Después de la eliminación frente a Brasil se escucharon demasiadas opiniones en este sentido, y el personal se quedó tan ancho. Así que tenemos a Holanda débil de ánimo, presa de una ternura casi ingenua, un equipo amable pero delicado. Ya está construido el tópico.

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La realidad es bien diferente. Primero hay que definir esa abstracción que se llama carácter. Lo más normal es confundir el término con lo gestual, lo demagógico, lo populista. Un jugador pone cara de velocidad y tiene carácter. Un jugador se mantiene sereno en la adversidad y es una acémila. En estos días se da tanta importancia a lo superficial que se producen confusiones de fondo. El carácter consiste en mantenerse firme en las convicciones en los buenos y en los malos tiempos. Si es en los malos, con mayor motivo.

A través de lo visto en el Mundial, ninguna selección ha tenido más carácter que la holandesa. Ninguna ha estado más comprometida con una manera de entender el juego. Ninguna ha hecho menos concesiones a la mentira, si por esto se entiende la renuncia a ciertos principios que Holanda ha considerado innegociables. Habrá jugado mejor o peor, pero ha sido admirable por su dignidad moral, por su defensa de un estilo singular, por su decisión de profundizar en su modo de entender el fútbol en los momentos más difíciles.

Hay suficientes argumentos objetivos para considerar al equipo holandés como el campeón del carácter. También como campeón del juego, pero esa es otra cuestión. ¿Cómo se puede discutir la entereza de una selección que gana o empata tres partidos consecutivos en los últimos cinco minutos de cada encuentro? Y no contra nadie, sino frente a Yugoslavia, Argentina y Brasil. Se puede contestar desde la parte azarosa del juego, pero no es el caso.

Lo que llevó a Holanda a imponerse a la adversidad fue precisamente su intolerancia con la fortuna. Sus victorias se produjeron por la convicción máxima en un método. Fue conmovedora su actuación frente a los yugoslavos y los argentinos, pero también frente a los brasileños, superados, abrumados, por el ejercicio de fe de los holandeses en una idea. Ahí nace otra cuestión. Holanda tenía el fútbol. Brasil tenía a Ronaldo o a Rivaldo. De Holanda podemos aprender su hermosa manera de jugar. De Brasil sólo podemos confiar en ciertas virtudes de la genética. Es decir, en el nacimiento de futuros ronalditos. Pero eso no depende del aprendizaje. Depende de la naturaleza.

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