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Una playa con alcalde

Por expreso deseo verbal de los caleteros -casi una estirpe gaditana- Manuel Cantero, un portuario jubilado de 66 años, es alcalde de la limpia, noble y muy viñera playa de La Caleta desde hace 18 años. Tantos como legislaturas democráticas acumulan los ayuntamientos. Sin primarias y mucho menos elecciones, este hombre, que empieza a tostar su piel con el sol invernal, gobierna y rige la playa: un mandato sin periodo corporativo prefijado. Una especie de ayuntamiento de arena paralelo al de Teófila Martínez. Pero la alcaldesa del PP no está celosa de Cantero. Al contrario: lo felicitó por su trabajo a través de la comisión de gobierno y le recomendó que incluyera el playero título en su tarjeta de visita. Y eso que Manolo es militante del PSOE. "En La Caleta no hay partidos", advierte el alcalde. Para ser alcalde de esta playa, sempiterna referencia lírica del Carnaval, se necesita ser padre de cinco hijos que hayan echado los dientes protegiéndose del poniente en la pared del Castillo, cerca del puente canal, lugar clave de la mitología popular gaditana: dicen que un salto desde ese puente al agua equivale a la expedición del carné de gaditano. Para gobernar La Caleta se precisa estar casado con Agustina Quintero desde hace 41 años: "Manolo, sólo te falta llevarte el colchón a La Caleta", le dice la alcaldesa consorte. Lo peor es que él parece estar pensándoselo. Por último, el currículo exigido para el cargo se completa con una decidida y generosa entrega a la limpieza de la playa, a la solución de los problemas cotidianos y parece recomendable estar armado de cierta paciencia para atender las sugerencias y las quejas de los usuarios. Cumplidos de sobra esos requisitos, los caleteros, en 1979, designaron a Cantero alcalde de su playa. "Cuando empecé a limpiar la playa por las mañanas no había servicios de limpieza y lo hacía porque me daba mucha pena ver que amanecía hecha una porquería", comenta. "Siempre lo he hecho voluntariamente y nunca he cobrado ni un duro". Lo aclara, porque hay personas que se han interesado en ocasiones por el proceso para acceder a tan peculiar alcaldía y por la remuneración del cargo: "Lo más que te llevas son algunos disgustos y mucho cariño de la gente", asegura. Unas bermudas naranjas -para su fácil localización, dice-, unas chanclas y la cruz de los marineros en oro conforman su único equipo de trabajo. "Yo no quiero despachos". Ni concejales, porque hubo una vez en que Manolo tuvo su equipo de gobierno: "Una concejala que trabajaba conmigo, pero no nos entendíamos, porque aquí hay que hacerlo todo despacito y con buena letra, así que la cesé". Mientras habla responde a las preguntas disparatadas de los bañistas que pasan a su vera: "¿Manolo porqué hemos perdido la bandera azul? Por culpa de Bruselas, hija, pero no te preocupes que ya está todo arreglado", responde. En una playa más dedicada al bingo que al top less y antes a la pesca de la caballa que al lucimiento de cuerpos Danone, el alcalde sólo tiene una preocupación: Pascual García de Quirós, el popular Macarti, viñero y caletero, lo amenaza con hacerle la competencia y con elaborar carteles electorales . Aparecería con una camisa hawaiana y el símbolo de la victoria. Manolo no da crédito. "Yo soy el mejor alcalde", dice. La urna se instalaría en La piedra cuadrá, templo caletero del mus y el dominó. El alcalde se va a las rocas "a hablar con los cangrejos".

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