En qué piensan los que piensan
Entiéndase esos que constituyen lo que en el mundo anglosajón se suelen, no sin pretensiones, llamar think tanks, y que constituyen centros de reflexión y propuestas, fundamentalmente sobre política pública, con un énfasis en el medio o largo plazo, pero que también han de saber reaccionar a corto. El fenómeno del crecimiento de los think tanks es propio de este siglo: centros como la Brookings Institution empezaron en 1916, emergiendo de una sociedad civil fuerte como la de EE UU. Pero fue la posguerra mundial la que disparó este tipo de unidades de reflexión a medio camino entre lo académico y la política. Ahora, tras la guerra fría y con la llamada globalización, y también para intentar dar respuesta a la perplejidad general entre el cambio de mundo, se está produciendo una nueva proliferación de estos centros, de los que existen unos 3.500 en el mundo entero, 400 de ellos en Europa occidental, y más de un centenar, de reciente creación, en Europa oriental (sin contar los rusos). En algunos casos, como en Canadá, su desarrollo responde también a la privatización de la capacidad de investigación de los Estados.El fenómeno llega claramente a las nuevas democracias, a las economías emergentes. Incluso en España, está empezando, con mucho, demasiado, retraso, y algunas experiencias interrumpidas. Una excepción -y hay otras notables- es la Fundación CIDOB (Centre d"Informació i Documentació Internacionals de Barcelona), que este año celebra su 25º aniversario y que la semana pasada acogió una reunión patrocinada por el Instituto de Desarrollo Económico (EDI) del Banco Mundial que reunió a representantes de think tanks de 26 países. El objetivo inmediato de la reunión era establecer un directorio mundial y una red de centros. Pero también fue un marco para intercambiar experiencias e ideas. Así debe ser si los think tanks pretenden ser catalizadores de ideas, y, especialmente en las democracias emergentes, mediadores entre el Estado y eso que se viene a llamar la sociedad civil. Tienen un papel que desempeñar para fomentar la transparencia de los procesos políticos, y su propio desarrollo sirve para abrir debates y constituye lo que uno de los participantes en la reunión de Barcelona definió como "inversión en democracia". Sin embargo, no hay que olvidar que estos centros no son siempre independientes, no tienen por qué serlo, pero sí compiten en ese mercado de ideas, y, sobre todo, en el mercado de la financiación de sus actividades, en el que entran también las empresas con sus propias unidades de reflexión estratégica.
Aunque cada país, y cada región tiene sus propias prioridades, de Senegal a la India, pasando por Dinamarca, se empieza a apreciar una cierta convergencia en la agenda general de pedidos de los think tanks. La cuestión de las transiciones a la democracia va, con excepciones, cediendo el lugar a preocupaciones más específicas o más tecnocráticas. La convergencia, casi independientemente de las ideologías, se hace en torno a problemas como la globalización (término abusado y abusivo), la dicotomía gobierno-mercado, la corrupción en sus diversos aspectos, la justicia, la educación, la descentralización y autonomías, la deslocalización de empresas, los mercados de capitales, la desigualdad o el medio ambiente. En resumen, las preguntas empiezan a ser muy parecidas. Lo que varía es la medida en que, si las hay, son respuestas.
Los think tanks permiten ese "pensar a largo" que reclamaba para España desde estas mismas páginas no ha mucho Miguel Herrero de Miñón. Pues, ante los vertiginosos cambios que se producen en el mundo, como dijera Gaston Berger, cuando más rápido va el coche, más lejos tiene que alcanzar la luz de los faros. Aunque a veces de poco sirva: hace tiempo que los faros iluminan Kosovo, lo que no ha evitado el accidente.
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