La venganza de la historia
La clave está en la última frase que dedicó ayer Francesc Relea en EL PAÍS a la situación judicial del exdictador argentino Jorge Rafael Videla: en 1978 saltó de alegría en el podio del honor cuando su selección levantó patriótica la Copa del Mundo. Ahora la buscaron en vano los jugadores de Passarella y la venganza de la historia ha hecho que el fracaso del intento fuera visto por el responsable de la Junta ante el televisor implacable de una cárcel bonaerense. Para añadir injuria a la herida, además, y para precipitar la posible melancolía del dictador inclemente -si es que los dictadores disfrutan de ese sentimiento-, un jugador argentino de nombre Ortega -Burrito Ortega, valga la redundancia- sometió a su selección a la humillación de la pérdida de la dignidad, simulando primero un penalti y luego torturando como un policía simplón la mandíbula desprevenida e inocente del portero holandés; frente al fútbol civil de los jugadores de naranja, Ortega impulsó el dictamen militar de la agresión y de la burla, y de ese combate desigual nació vencedora la nobleza vieja del fútbol, que como el mar pone la basura en su sitio. No bastó la elegancia de Batistuta, que sonreía también como si el fútbol fuera eterno y la derrota no fuera la vuelta de la esquina, y frente a esa actitud abierta y noble Ortega parecía recuperar del fondo de un cubo de estupidez el último guiño del fútbol moribundo, el que recurre a la argucia cuando no tiene argumento.Por recuperar un hermoso título de Hermann Tertsch, fue la venganza de la historia, una oportunidad para poner en su sitio aquella alegría postiza del dictador que ahora vive en la cárcel un miligramo de la tristeza que causó. Lloramos por Argentina, claro, pero no sentimos melancolía ni por Ortega ni por quienes le hubieran reído la gracia si los blanquiazules se hubieran llevado por delante a la naranja mecánica. Bergkamp le devolvió al fútbol civil su vieja prestancia, y en el ruido de la ducha Ortega habrá sentido el frío que alberga la venganza de la historia. Maradona dice que lloró. Él tuvo la mano de Dios a su lado. Al otro lado de Dios está el Diablo, y no cabe duda de que algo hizo el demonio para ensombrecer así la luz del fútbol.
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