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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Moscú, último tren

SÓLO el convencimiento compartido de que el colapso es inminente puede hacer funcionar esta vez el plan de choque planteado a un Parlamento hostil por el primer ministro ruso. Medidas parecidas han sido propuestas en otras etapas de la larga crisis rusa para acabar finalmente enterradas. Como gesto de que va en serio, el Gobierno de Serguéi Kiriyenko, al que empuja con todo su peso el errático Yeltsin, ha amenazado con confiscar los activos de Gazprom -el monopolio del gas y un Estado dentro del Estado- para inducir al gigantesco conglomerado a que se ponga al día con Hacienda.Moscú está emparedado entre una situación social explosiva -cuyo lado más visible son las huelgas y los millones de trabajadores que no cobran- y las exigencias del FMI, que sólo aportará más dinero si el Gobierno entra a saco en el gasto. En la inextricable madeja político-económica rusa, además, la gestión de las cuentas públicas está interferida por un puñado de magnates que representan intereses concretos, más atentos a sus cuentas corrientes que a evitar la bancarrota.

La magnitud de la crisis es para echarse a temblar. El precio del petróleo, que es junto al gas la mayor fuente de ingresos del Estado, ha caído el 40% este año; un tercio del presupuesto se destina a servir una deuda de 200.000 millones de dólares; la Bolsa se ha desplomado más del 50% desde enero, y la morosidad fiscal de las empresas se estima oficialmente en 24 billones de pesetas. Kiriyenko ha dicho a la Duma, dominada por comunistas y nacionalistas, que en estas condiciones no ha lugar para la verborrea política. El mensaje es que la batería de leyes que deben salir adelante para evitar el colapso, y que significarán una subida generalizada de impuestos en un tejido social donde el cambio al capitalismo está haciendo estragos, deben sobre todo tener el visto bueno del FMI, a quien Anatoli Chubáis, la eminencia económica de Yeltsin, ha pedido la friolera de entre 10.000 y 15.000 millones de dólares.

No se duda de la voluntad política del FMI de acudir al rescate del gigante malherido; lo que algunos expertos empiezan a cuestionarse es si este hospital de crisis internacionales puede acarrear dinero (su director, Michel Camdessus, afirma que el Fondo necesitará una inyección de capital para socorrer a Rusia) a la misma velocidad a la que lo necesita en diversos frentes. En el de Moscú, las negociaciones pueden tardar al menos un mes en completarse, tiempo suficiente para que se desplome definitivamente el rublo.

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