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El seleccionador como metáforaGUILLEM MARTÍNEZ

Un estadio es un lugar al que el público accede para tomarse en serio. Lo que sucede en un estadio debe de ser, por tanto, lo suficientemente serio como para que las personas -siempre sedientas de tomarse en serio- acudan a él. Por eso lo que sucede en los estadios acostumbra a tener un cariz grave, trascendental y, a la vez, difuso, pues el público acude al estadio para ver, por ejemplo, un partido de fútbol, sí, pero también para ver algo más que un partido de fútbol: el público tiene, en fin, preferencias, que corresponden a una visión del mundo. O a una visión del mundo nula, lo que ustedes quieran, pero dramáticamente seria en cualquier caso. En un campeonato del mundo de fútbol las preferencias son, con todo, más claras que en un campeonato de liga. Las preferencias, las representaciones con las cuales el público se identifica, son Estados y naciones. No hay más vuelta de hoja. Los brasileños apoyan a Brasil, los croatas a Croacia. Esta identificación del público con su equipo es simétrica. El equipo se identifica con su público de una manera abstracta, si se quiere, pero que permite ver cierta similitud entre el equipo y la percepción de urgencia que se tiene del país que representa. Así, se puede afirmar que las selecciones tienen cierta lógica con sus respectivos países. También sus seleccionadores. Desde la noche de los tiempos, por ejemplo, el seleccionador italiano de turno ha tenido la imagen de estar al borde de la crisis de gobierno. El seleccionador argentino siempre ha estado sorteando el golpe de Estado de sus jugadores más destacados. El seleccionador brasileño siempre ha tenido un no sé qué de único ministro de Brasil con programa. El seleccionador alemán siempre ha sido como el presidente de la RFA: resulta difícil recordar su nombre. Curiosamente, la labor de dibujar al seleccionador español, la selección española y, por ende, el Estado o la cosa que ambas figuras representan, no está tan a huevo y resulta más difícil. Por ejemplo, España carece de selección. Carece en términos deportivos -la selección nunca se ha comido un quiqui-, y carece de un público al uso -los partidos de la selección, fuera de esa Sevilla de estética Queipo de Llano Spanish tour 1936-39, parecen un velatorio-. El cargo sentimental de selección española, a falta de una selección española, parece tenerlo el Real Madrid, un equipo cargado de referentes históricamente yuyus, pero que parece convocar la cosa que no convoca la selección. En ese sentido, me permito señalar dos alocuciones históricas: a) "Ha ganado España", dijo el Rey, por ejemplo, para comentar la victoria del Madrid en la Copa de Europa, y b) "Teníamos prevista la asistencia de Clemente en nuestro programa, pero no ha venido debido a sus exigencias económicas y a su compromiso con el separatismo vasco. Pero salimos ganando, hoy nos visitará Lorenzo Sanz", dijo, hace pocas semanas una presentadora popular (literalmente), que presenta un espacio de entrevistas en La 2. La selección española no existe, por tanto y al parecer, desde el momento en que hay dificultades para asumir otra idea de España que la que en su día, glups, empezó a representar el Real Madrid. Otro argumento a favor de la inexistencia de la selección española es que nunca ha dispuesto de continuidad psicológica, temperamental o, ya puestos, lógica en su cargo de seleccionador. Se podría decir que con Clemente el fenómeno ha dado su do de pecho. Pero la percepción ha sido de todo lo contrario. Los medios, los señores de los bares, los anuncios de la tele, se han comportado con la selección pre-Nigeria como si, en verdad, este año no sólo hubiera selección, sino también seleccionador. Me permito opinar que, en efecto, nunca ha estado tan cerca la selección de ser la selección o, al menos, nunca ha estado tan próximo su seleccionador a ser el emblema de lo que debe de ser un seleccionador de por aquí abajo. Si pensamos que una selección es algo emparentado con la cosa pública de su país, el cargo de seleccionador por fin ha adquirido las dimensiones de metáfora de hombre público hispano. Me explico. Las autoridades futbolísticas acertaron de pleno al conceder el cargo a Clemente. Clemente no ha hecho una selección ad hoc -la selección ad hoc, ha quedado dicho, no existe; es el Real Madriz-, sino aquello que los medios deportivos califican en todo momento como "el equipo de Clemente". Así, el equipo de Clemente es algo privado -Clemente se comporta con su selección como si fuera suya, algo muy común en otras instituciones por aquí abajo-. A la selección de Clemente se accede -Clemente dixit- por afinidades electivas con el seleccionador -una modalidad de enganche a otros cargos y negocios públicos muy popular por aquí abajo-. Clemente tiene terror a la prensa y tiende a confundir la exposición de información con la existencia de una conspiración, de la cual, en todo caso, no da detalles -¿les suena?-. Y por encima de todo es un chulo, y la chulería es una región de la personalidad muy valorada en la vida pública de por aquí abajo. La chulería de Clemente es paradigmática: da la sensación de que si fuera nazareno iría con la cara descubierta para que le hicieran fotos; de que haría dimitir al presidente de Asturias si tuviera un desencuentro personal con él; de que si alguien le recordara que lleva mucho tiempo en su cargo, respondería que él cada día es más joven, y de que si le apeteciera otro cargo, dimitiría a mitad de legislatura, se iría a Roma y diría "¿y qué?". Clemente, el primer hombre de poder al frente de la selección, es por fin la metáfora del poder tal y como se ha modulado en este Estado y en todas sus lenguas. Por fin la commonwealth hispana dispone de un seleccionador, de lo que cabe colegir que dispone de una selección. A pesar de lo de Nigeria y Paraguay, y por lógica interna del comportamiento del cargo público en este país -una cosa de la cual Clemente es una metáfora-, la selección va bien.

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