El factor Aznar
José María Aznar restará votos al PP, dice el autor, al comprobarse que su llegada a La Moncloa no supone un cambio cualitativo en el liderazgo del partido
"Aznar sigue sin conseguir que los españoles le quieran", decía The Economist en un reciente artículo sobre España titulado "Ojo a la izquierda". El comentario parte de la perplejidad que produce el hecho de un presidente de Gobierno cuyo país vive bonanza económica, estabilidad parlamentaria, paz social y medios de comunicación mayoritariamente controlados por el Ejecutivo y, sin embargo, obtiene menos valoración en todas las encuestas que el líder de la oposición mientras que su partido, el PP, sigue sin despegarse del PSOE, que incluso le supera en algunos sondeos.Cuando el PSOE llevaba dos años gobernando, en 1985, superaba a Alianza Popular, antecedente del PP, en 20 puntos y el presidente del Gobierno, Felipe González, era el líder más valorado, a gran distancia de su principal oponente, Fraga Iribarne. Y todo ello a pesar de que España atravesaba una crisis económica que no empezó a superarse hasta la segunda mitad de los ochenta.
¿A qué se debe el estancamiento de Aznar y su partido a sólo dos años de ganar las elecciones? Ésa es la gran pregunta que se hace el propio Gobierno, sus asesores y analistas, pero también articulistas, contertulios y politólogos de todas las tendencias. Una de las respuestas posibles es que España es un país de centro-izquierda que difícilmente va a apoyar a un presidente de Gobierno al que los ciudadanos consideran, según las citadas encuestas, representante de la derecha más que del centro. A ello se debe el ridículo oportunismo del portavoz del Gobierno al autocalificar al Ejecutivo como de centro-izquierda, aunque fuera rápidamente corregido por la ejecutiva del PP, temerosa de perder votos que le son imprescindibles por el ala más conservadora de su electorado.
Otra explicación plausible es que España no es ajena a la tendencia europea hacia la socialdemocracia después de años de dominio y excesos de políticas conservadoras y neoliberales. Socialistas y laboristas gobiernan en solitario o en coalición en 11 de los 15 países de la Unión Europea y en una de las excepciones, Alemania, el SPD está cerca de conquistar el poder si se confirman los sondeos para las elecciones de septiembre.
Aún existe una tercera interpretación a la modesta posición de Aznar y su partido en las encuestas, la que hacen aquellos que piensan que en realidad el PP no ganó por méritos propios las elecciones de marzo de 1996, sino que las perdió por deméritos el PSOE, pero que, una vez depurados los errores, el paso del tiempo y la aparición de nuevos líderes, sobre todo el efecto Borrell tras las primarias, han hecho emerger de nuevo un voto mayoritario hacia el partido socialista. Personalmente pienso que todos los elementos antes apuntados, la realidad sociológica, la tendencia europea y la corrección de los errores por parte del PSOE y probablemente también que la distancia va poniendo en valor la gran obra transformadora de los gobiernos de Felipe González, pesan en el estancamiento de Aznar y del PP.
Pero, por encima de todos ellos, dominando claramente, está lo que podríamos llamar el factor Aznar como fenómeno de antiliderazgo acusado, que provoca un malestar difuso en el electorado, un descontento mayoritario con un presidente incoloro, inodoro e insípido, que claramente está por debajo del país al que oficialmente representa. Es un secreto a voces que ministros, asesores gubernamentales y, sobre todo, expertos en sociología electoral señalan el factor Aznar como el principal obstáculo para el despegue del PP. Los españoles necesitan sentirse representados y no sólo gestionados, sentirse orgullosos de quien les gobierna, identificarse con quien preside el Gobierno del país, conocer no sólo datos y estadísticas de la macroeconomía, sino qué piensa el presidente del país que queremos. Quieren un presidente con alma y no un robot que se aprende de memoria las frases que le redactan sus asesores. Los ciudadanos pueden perdonar errores del máximo dignatario del Ejecutivo, pero no toleran por mucho tiempo que sea una persona que no les dice nada, que hace el ridículo en las reuniones internacionales, que se dirige a ellos con un tono monocorde y aburrido, que no propone metas ilusionantes a las que los españoles se sumen con entusiasmo o con optimismo. Para colmo, los españoles están comprobando que quien preside su Gobierno es una persona resentida, mezquina, que regatea el mérito de sus predecesores o que incluso esconde o simula su auténtico carácter tras el rostro del portavoz del Gobierno, quien cada viernes recuerda a los españoles con su gesto, su expresión corporal, su risa y su palabra la verdadera naturaleza política y moral de quien nos gobierna.
Se decía en la legislatura anterior, haciendo de la necesidad virtud, que había pasado el tiempo de los liderazgos carismáticos, como reconociendo anticipadamente la falta de talla política del entonces dirigente de la oposición conservadora o, quizás, con 1a esperanza secreta de que la parafernalia monclovita y el aura que rodea a un presidente del Gobierno suplieran la ausencia de atractivos del futuro presidente. Pero han pasado dos años y el poder no ha añadido, sino restado, atractivo al señor Aznar López y la gente está cansándose de tener un presidente tan gris y anodino. En Andalucía tenemos una palabra muy expresiva para este tipo de personas: "malage", contracción de mal ángel, o sea, individuo con nula gracia.
El factor Aznar, como fenómeno que hipoteca y frena el crecimiento del PP, tiene difícil solución porque el presidente del Gobierno, como presidente que es también del PP, controla con mano de hierro a su organización y no va a permitir nunca que otro dirigente más brillante o con más carisma compita en las elecciones frente al candidato socialista.
Pero de lo dicho no debe deducirse que haya que infravalorar al presidente del Gobierno. Es un político que ha aprendido mucho desde que en 1989 se hizo cargo de la presidencia del PP. Si comparamos sus comparecencias parlamentarias a comienzos de los noventa con las de ahora, veremos que ha ganado en oficio aunque haya renunciado definitivamente a la brillantez, que sabe estar en 1a tribuna, que es disciplinado y que evita toda improvisación porque sabe que en ese terreno pierde. Cuando comparamos la lectura de sus réplicas prefabricadas y que nada tienen que ver con lo que ha dicho su oponente, con sus escasas declaraciones espontáneas, como cuando recibe algunas visitas en La Moncloa, observamos su incapacidad para hilvanar alguna frase inteligente, no ayudando tampoco su gesticulación descompasada y sin ritmo o su timbre de voz histriónica metálica.
Valgan como ejemplo los comentarios que hizo la prensa cuando recibió a un grupo de niños que recorrían el mundo denunciando la explotación de que es objeto la infancia en muchos países. Sonrojaba oírle repetir que "quería mucho a los niños", que "los niños son muy importantes", que "me hubiera gustado tener más niños".
El factor Aznar como fenómeno que resta votos al PP puede empezar a hacer estragos en las próximas campañas electorales porque ya no existe la esperanza entre los votantes urbanos y centristas de que la llegada de Aznar a La Moncloa suponga un cambio cualitativo en el liderazgo del PP. Dos fenómenos socio-electorales se van a encontrar, el efecto Borrell y el factor Aznar. Habrá que estar atentos al resultado.
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