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Nuestro

Desde Dénia hasta Pilar de la Horadada existe una provincia de sólida economía entregada a la fiesta y al folclore que se llama Alicante. De capitalidad indefinida, la riqueza de sus comarcas explica que se trate de una unidad geográfica más oficial que real, por lo general muy poco nacionalista y a menudo con representantes que abanderan el victimismo frente al vecino del norte. Desde hace ya tres años, una institución pública insiste en celebrar una jornada festiva para reunir a una representación lúdico-política de los 141 pueblos que integran Alicante, aunque la convocatoria se encuentra indefectiblemente con el rechazo de localidades de la talla de Benidorm, Orihuela, Alcoy o Elche, donde se concentra más de la mitad de la población. Es curioso, pero por más que se empeñen las autoridades, muy pocos habitantes de la provincia se sienten alicantinos. La población sureña mira de reojo hacia Murcia, mientras la del norte tiene a Valencia como referencia. Hay quien sitúa las fronteras en el puente del Mascarat, la desembocadura del Segura y el puerto de La Carrasqueta. Paradójicamente, sólo dos entes han conseguido romper esa barrera de incomunicación entre la ciudad de Alicante y el resto de municipios: la Universidad y El Corte Inglés, los únicos que se han demostrado capaces de atraer hacia la capital un flujo permanente de visitantes. Quizás por eso, la Diputación insiste en organizar eventos para que unos y otros se conozcan y asuman una forzada unidad político-social-territorial, ahora y siempre inexistente. El bautizado como Día de la Provincia, que se quiere institucionalizar, dio pie a la descabellada idea de crear incluso una bandera y un himno propios, felizmente descartada ante el generalizado rechazo que desencadenó la mera propuesta. El acto, en esencia, cuenta con todos los ingredientes para convertirse en una exaltación fanática del provincianismo exacerbado. En la velada del domingo, los discursos estuvieron repletos del mismo posesivo: "nuestro". Y eso siempre entraña peligro.

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