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El crimen de los geranios rojos

El triple asesino de Zamora sacó del banco tres millones de pesetas y los quemo en su casa antes de suicidarse

Apenas había amanecido y ya hacía rato que las campanas del pueblo doblaban a muerto. Un guardia civil se inclinó sobre el cadáver del suicida, registró sus bolsillos y le comentó al compañero:-Sólo le faltan tres cigarros.

La cajetilla roja de JPS, un tabaco rubio americano apenas conocido, estaba casi intacta. Luego se sabría que el suicida la había comprado la noche anterior, unos minutos antes de que cerrara el último bar del pueblo, donde también se tomó, como de costumbre, un vaso de tinto peleón con gaseosa. Muy poco tinto y muy poco tabaco para toda una noche en vela. Sobre todo si se sabe que va a ser la última. Y Vicente lo sabía.

A las siete de la mañana del martes 23 de junio, Vicente Carnero Herrero, un jubilado de 66 años, le metió fuego a su casa de Pereruela de Sayago, un pequeño pueblo al oeste de Zamora. Acto seguido, y aprovechando la confusión que crearon las llamas y la explosión de una bombona de butano, se dirigió a la panadería y mató con su escopeta de caza al panadero, Vicente Gómez Moralejo, de 59 años y hermano del alcalde. Las postas le destrozaron la femoral y la sangre brotó hasta confundirse con el pan recién horneado. Aunque consiguieron desarmarlo, Vicente aún tuvo tiempo de llegar al huerto de las hermanas Olivia y Maruja Brioso, sus vecinas, con las que mantenía una porfía por culpa de unos geranios rojos. Vicente decía que le daban alergia, que los quitaran; Olivia y Maruja, que no. Las destrozó a golpes de azada. Olivia, de 70 años, murió en el acto; a Maruja, de 72, la encontraron abrazada a su hermana, desangrándose en lágrimas hasta fallecer. Vicente, vestido de azul, se suicidó después arrojándose a un pozo. Murió de pie, ahogado y solo.

-Tiene dinero en el otro bolsillo. Unas 100.000 pesetas...

El guardia civil siguió con las diligencias. Muy cerca, un vecino del pueblo, antiguo amigo del ahogado, sentenció muy serio:

-Es un caso muy extraño. Aquí la gente se suele suicidar sola.

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Pero Vicente Carnero llevaba callado mucho tiempo, tanto que las palabras se le fueron oxidando dentro. Así que, en contra de lo que la gente aterrorizada pensó en un principio, el triple crimen no fue un arrebato de furia ni de locura espontánea. Vicente Carnero estaba peleado con su esposa, que lo abandonó 30 años atrás, y con sus cuatro hijos, con los que apenas tenía trato. Odiaba a sus hermanos, porque no hacían buenas migas con él; y también al alcalde, porque era amigo de sus hermanos; y al panadero, porque era hermano del alcalde; y a don Julián, el párroco, porque era cura y sospechaba que...

-Pero eso son habladurías de lenguas malas. No les haga usted caso.

La dueña del bar donde Vicente bebió su último trago dice que sí, que era un tipo muy extraño, que a veces saludaba y otras no, pero que nada hacía pensar en un desenlace tan tremendo:

-Hay otros aquí que me dan más miedo que Vicente. Se apoyan en la barra y me acorralan con sus miradas sucias. Él sólo era un solitario con malas pulgas.

Vicente Carnero, que se había ido a vivir a una residencia de ancianos de Benavente, donde nadie se quejó por su comportamiento, regresó al pueblo hace dos semanas para preparar una operación de próstata, prevista precisamente para el mismo día en que cometió sus crímenes. Nadie se percató, sin embargo, de que Vicente Carnero había regresado en realidad para preparar su funeral y el de sus víctimas. Y lo calculó de tal forma que ni él mismo pudiera echarse atrás una vez dado el primer paso.

Unos días antes del crimen, Vicente acudió a una sucursal bancaria de otro pueblo y retiró todo el dinero de su cuenta corriente, unos tres millones de pesetas, y los guardó en su casa. No quería que, una vez muerto, nadie de los que tanto había odiado en vida se beneficiara de su pequeña fortuna. Luego, durante su última madrugada, mientras saboreaba sus tres últimos cigarros, Vicente Carnero serró los cañones de su escopeta de caza. Esperó a que Olivia y Maruja, sus vecinas, salieran hacia el huerto, cogió la escopeta, abrió la bombona de butano y provocó una explosión. Las llamas destruyeron rápidamente la casa, humilde, de una sola planta, con techos de adobe y un tesoro en billetes de 10.000.

Al dirigirse a la panadería, en busca de su primera víctima, Vicente sabía que ya era inútil volver atrás. Mientras sus vecinos corrían a apagar el fuego, él aprovechaba el desconcierto y disparaba contra el panadero; cuando quisieron socorrer al herido, que se desangraba entre hogazas de pan y olor a leña y pólvora, él levantaba la azada contra sus vecinas...

El miércoles, los vecinos de Pereruela enterraron entre sollozos al panadero y a las hermanas Olivia y Maruja. Un día después, en Zamora, dos sepultureros metieron a Vicente en su nicho. Iba solo, como siempre.

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