Los hermanos Dalton
Michael y Brian Laudrup conducen a Dinamarca a una aplastante victoria
En un partido descontrolado, a favor de obra, los hermanos Laudrup son los hermanos Dalton. Nigeria les ofreció la noche perfecta. Se abandonó en el centro del campo, cedió espacios asombrosos en la línea defensiva y dejó a los Laudrup lo que más quieren: la pelota y el sitio. Con eso, con el apoyo espléndido del centrocampista Helveg y con el poderoso Moller para imponer su físico, Dinamarca aplastó a Nigeria, que jugó según el viento racheado que afecta a sus futbolistas. Sólo Okocha ofreció una imagen consistente, negándose a la derrota con esfuerzo y clase. Dinamarca salió con el 1-0 del vestuario. Esa ventaja imprevista se concretó en la primera jugada del encuentro, una acción que reveló las carencias de los defensas y la suprema habilidad de Michael Laudrup, que recibió un pase largo desde el medio, lo bajó con un control perfecto y cedió la pelota con un delicada toque de izquierda. Por detrás llegó Moller, un tallo respetable que se destapó con un tiro espectacular: de zurda, con la badana exterior. Un gol irreprochable en su diseño, aunque son cuestionables los recursos de una defensa que miró y no marcó.Si se mira a Michael Laudrup se produce un efecto fascinante. Si se mira a su hermano Brian, también. Es algo hipnótico, provocado por la magia y la sorpresa de los jugadores que disponen de una relación especial con la pelota. En el sentido más tópico de la palabra, son nigerianos. Les gusta el juego por el juego, sin las obligaciones que tanto se requieren en el fútbol actual. Michael Laudrup es un jugador que desaparece literalmente del ecosistema del fútbol. Por edad y por sus características. Es él y el balón, preferiblemente al pie. Todo lo demás -el combate, la fiabilidad táctica, los desmarques esforzados- no se lo pidan, y mucho menos ahora, cuando está a pocos minutos de su retirada. Pero su poder de fascinación permanece intacto.
Nigeria hizo todo lo posible por perder. Primero se desentendió de los Laudrup, sin comprender que eso les traería consecuencias terribles. Tampoco tuvo la actitud precisa para recuperarse tras los dos primeros goles de Dinamarca. Jugó con un aire mortecino, el peor de los defectos para un equipo con una tendencia natural al desorden. Sin vitalidad, Nigeria fue muy poca cosa. Aceptó el resultado con una desgana escandalosa en varios de sus jugadores. El primero, Finidi. Su actuación en este Mundial ha sido decepcionante, pero ante Dinamarca alcanzó un grado mínimo. No intentó nada, ajeno a un partido que desprestigió a una selección que había levantado un gran entusiasmo.
Lo más probable es que Nigeria estuviera sobrevalorada. Con la voluntad de aceptar todos los tópicos -la naturalidad de sus futbolistas, el carácter ingenuo de su fútbol, su falta de rigor académico- se había llegado a la conclusión de que Nigeria era una potencia. No lo es. Hay apuntes, datos de tal o cual jugador, pero la suma de las partes todavía es defectuosa. Se vio en este partido crucial, donde los únicos nigerianos -por volver al tópico- fueron los Laudrup. Mientras pudo, Okocha se resistió a la derrota. Lo hizo con destellos magníficos y con el valor que les faltaba a los demás. Tampoco Kanu se arrimó. Dejó dos cositas, especialmente un taconazo que Okocha estuvo a punto de convertir en gol, pero había un aire indolente en todas sus acciones. Y así uno por uno. En este ambiente, no cabía otro ganador que Dinamarca, que maniobró con el viento de cola. Se encontró en la situación ideal y la aprovechó. Aunque su calidad esté por debajo del resultado, y eso se comprobará muy posiblemente frente a Brasil, su actuación fue muy meritoria. Fuera del universo Laudrup, Helveg dio un curso en el centro del campo. El típico futbolista inteligente e industrioso, conocedor del juego y comprometido con su equipo. Un tipo necesario para salvaguardar a Laudrup de cualquier función desagradable.
Pero el héroe fue Brian Laudrup, que le hizo un roto a Babayaro. Laudrup entendió la naturaleza del partido y las graves carencias de su marcador. Cada mano a mano fue una alarde del delantero danés. En las condiciones en las que se movía el partido, lo natural era la llegada de goles daneses. Se concretaron cuatro, algunos de ellos de forma maravillosa, como el pase de Michael Laudrup a Sand en el tercer gol, un sombrero por encima del central que nos devolvió su imagen de jugador irrepetible.
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