Un caso
El 20 de junio de 1998, mi mujer y yo acompañamos a mi cuñado, enfermo de corazón, a las Urgencias del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, porque tenía fuertes dolores en el pecho. Cuando nos encontrábamos en la rampa de acceso a Urgencias, el enfermo empeoró y no podía subir, por lo que pensé pedir la colaboración de un celador de dicho servicio para que con una silla de ruedas me ayudase a subirlo.
El celador salió conmigo a la puerta, pero, cuando le señalé el enfermo y dónde se encontraba, me dijo que él no podía salir de la puerta y que por el mismo me dio que lo había traído hasta allí lo depositase en la misma puerta de Urgencias, que él hasta allí no podía bajar.
Corrí a buscar un vehículo con el que llevarlo hasta la puerta como me había pedido el celador, pero cuando volví al lugar no estaban ni mi mujer ni el enfermo. Subí entonces corriendo y me encontré a mi mujer tosiendo, casi sin poder articular palabra, ya que, en el tiempo en que yo me había ausentado, el enfermo había empeorado y ella al verlo subió, cogió la silla que el celador dejó en la puerta y bajó a recoger al enfermo, que gracias a la ayuda de otras personas que estaban acompañando a otros enfermos pudo superar la rampa y entrarlo ella misma en Urgencias para que fuese atendido.
Quiero que sepa todo el mundo que en ese hospital o llegas hasta la misma puerta de Urgencias o un celador no se molestará en ayudarte a llegar.—
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