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"Por fin tengo derecho a equivocarme"

Militantes jóvenes y veteranos gozan con su cambio de rol: de pegar carteles a elegir las fotos que lucirán.El deseo futurista se agolpa en la mente de media docena de militantes -mitad jóvenes, mitad jubilados- del barrio de Orriols, en Valencia. A todos les ilusiona barrer con la escoba de las primarias las rencillas internas, las cúpulas que todo lo controlan, el vasallaje de las bases y el infausto recuerdo de rubios y roldanes. A pocas horas del día D, confiesan que aún siguen deshojando margaritas. Dicen que la decisión final es lo de menos. Después de años de obediencia, hay que recrearse en el ejercicio de libertad. En esas está Francisco Javier Serrat, un objetor de conciencia de 25 años que ha estudiado electrónica y se ha ganado sus primeros jornales descargando camiones. Hijo de un militante socialista de los tiempos de la clandestinidad, a los 15 años su ilusión era entrar en las Juventudes Socialistas. "Hace cuatro años [cuando la corrupción se enseñoreaba de los titulares] lo difícil era mantener la cara alta porque los trompazos te venían de todas partes", reconoce. "He llegado a estar en una mesa redonda con otros 10 que iban todos contra mí, debían pensar que estaba mal de la cabeza". Su entusiasmo se ha visto erosionado, además, por los conflictos entre las familias del partido. "Vas a una asamblea y ves a uno anotando todo lo que dice otro para engancharlo a la mínima, y tú estás ahí hartándote; sales preguntándote a qué has ido, a hablar de política o a criticar a fulanito", se queja Serrat, molesto aún porque el congreso de la Politécnica acabó "con enfrentamientos y no con caña al PP". Como él, Luis Miguel García, de 32 años, empezaba a cansarse de congresos y de dirigentes que ofrecen una imagen de "navajeo, siempre a la greña" y que "en vez de defender unas ideas se preocupan de que no les muevan la silla". Este operario de una factoría de cerámica, criado en un ambiente "carca" en Ciudad Real, se afilió al PSPV el día después de la victoria de José María Aznar. Al salir de las clases de Derecho, Maribel Álvarez, de 23 años, se pensaba dos veces si acudía a las reuniones del partido o al cine o al teatro. "Si no estás en primera fila ni te va ningún cargo en las pugnas de familias, no te interesa vivir ese clima enrarecido". Todo parecía perdido para estos jóvenes militantes. Entonces llegaron las primarias. Luis Miguel está "superilusionado" de que las bases, al fin, "pinten algo en el partido" y pasen de pegar carteles a elegir las fotos que lucirán. Ahora le cuesta menos esfuerzo dejar a su mujer y a su pequeña los jueves por la noche para ir al partido. A Maribel le encanta estar protagonizando un acto de libertad que "hace tiempo que no se veía en el partido". Cuando Rafael Castellote, de 77 años, alza la voz para reivindicar que hasta la fecha los militantes "participaban poco", le recorre el mismo estremecimiento que al hablar de las corrientes eléctricas y las palizas en las comisarías franquistas. A su lado, Manuela Marzo, de 66 años, y Emilio González, de 70, se felicitan por el "paso importante de cara a la democracia interna y al siglo XXI" que encarnan para ellos las primarias. Curtidos por mil batallas, los veteranos socialistas reconocen los contratiempos sufridos en el proceso -"es la primera vez, todo lo que se pone en marcha cuesta"- y no disimulan sus imperfecciones. Manuela, que repudia la etiqueta de ama de casa y se define como "ingeniera administrativa de cocina", reclama la participación de los simpatizantes. Y apunta que por cada militante el partido tiene nueve simpatizantes. "Por fin tengo derecho a equivocarme", clama Rafael satisfecho por el paso de la "democracia tutelada a la participativa".

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