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Wonderland

LUIS DANIEL IZPIZUA Les juro que cada vez entiendo menos lo que ocurre. En realidad, entender no sería la palabra que mejor vendría al caso, puesto que si entender significa dotar de coherencia a los acontecimientos e inferir de ellos unas consecuencias, es decir, proveerlos de un objetivo, lo entiendo todo a la perfección. Pero si entender significa también, acordar la trama de los hechos con lo que nosotros consideramos razonable, al otorgar un mayor o menor margen de confianza al logro al que parecen dirigidos, en ese caso no puedo menos que declarar que me siento desvinculado de la locura. Me resisto a aceptar lo que entiendo. Y si en el orden de la razón, que no otra cosa es, o debiera tender a ser, la política democrática, lo que impera es la sinrazón, he llegado a la conclusión de que lo mejor que puedo hacer es declararme autónomo. No haya ley alguna que me sirva de guía y sea la arbitrariedad mi única norma. En Wonderland nunca sabemos a qué atenernos. Quisiera mencionar la palabra principios, pero la última vez que lo hice se me rieron a la cara. En Wonderland, el vapor conceptual tiene cada vez más adeptos, y las virtudes teologales ganan adeptos sobre las virtudes cívicas: aquéllas se ajustan en los confesionarios, o en las conciencias, y ya sabemos que nunca transciende lo que se cuece ni en los unos, ni en las otras. A este respecto, todos estamos en regla. Desecho, por lo tanto, hablar de principios, y me conformaré con hablar de las reglas del juego. Y en Wonderland se juega mucho, pero las reglas son casi siempre insondables. Palabra de Wonderlandish, dicen que se decía, y, en efecto, esa palabra irá a misa; irá a misa en todos los casos, y lo hará porque nunca se sabe lo que significa. Es como el oráculo de Delfos, que siempre acertaba, y los errores se atribuían a fallos de interpretación. Allí nunca erraba el dios; y aquí tampoco. Veamos un caso. ¿Está claro lo que se acordó tras el asesinato de Miguel Angel Blanco? Ni lo sueñen. Ahora nos dicen que no se acordó lo que se acordó -el aislamiento político de HB mientras no condenara los asesinatos de ETA-, o entonces nos dijeron que se acordaba lo que no se acordaba. Es inútil que recurran ustedes a la hemeroteca, porque hallen ustedes en ésta lo que hallen, tendrán que llegar a la conclusión de que las cosas nunca son lo que parecen, y de que cualquier frase con más de cuatro palabras es una perífrasis de la nada. Pero, ¡qué filón encierra la nada en su dimensión pragmática!: hace factible cualquier movimiento. Así, si en Wonderlandeko Hiztegia diálogo y negociación valen lo mismo, no veamos las consecuencias que se podrán extraer del feliz descubrimiento de que pactar y coincidir son sinónimos estrictos. A mí, y lo he dicho ya en alguna otra ocasión, me parece no sólo bueno, sino necesario, que HB asista a todas las sesiones parlamentarias. Al parecer, ha decidido asistir sólo a algunas, a aquéllas en las que se trata de reforzar la trama simbólica, ese lecho de Procusto en el que ellos tratarán luego de encerrar el país. La ley del Suelo, sin embargo, no parece interesarle. Sí les interesará, en cambio, la reforma del Reglamento de la Cámara vasca, sobre todo para impedir que salga adelante la pretensión de que los parlamentarios tengan que acatar la Constitución y el Estatuto para tomar posesión de sus escaños. Parece coherente con sus postulados ideológicos que así lo hagan, pero no deja de ser sorprendente que sea un grupo político, digamos anti-sistema, el que vaya a determinar el marco legal que este país, a través de sus representantes políticos, esta dispuesto a aceptar. Cierto que no ocurriría así si otros dos partidos, PNV y EA, no fueran a coincidir con ellos en su rechazo, mas he aquí donde reside la mayor maravilla. Pues inefable es que el partido gobernante de este país se niegue a acatar aquellas normas legales que hace posible su actuación política. ¿Quién, y en nombre de qué nos gobierna? Constatemos la maravillosa potencialidad pragmática de la nada. Y si la nada les sirve también a ellos, por qué no ha de servirme también a mí, por qué he de acatar yo lo que ellos no acatan. Definitivamente, Wonderland puede llegar a ser wonderful. Y si no, dense una vueltecita por Irún. Tampoco ellos acatan.

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