Balada de los guiris
Guiris, se sabe, hay muchos y muy distintos, desde el que cae por nuestra tierra sin un duro aunque con largas ganas de trotarla y gustarla, hasta el de crucero clase A o autobús de lujo, mucho menos dispuestos ya a trotes por la edad (generalmente madura) o por los hábitos del bienvivir. Antes de que cundiera el término guiri, el de turista lo decía todo en cuanto a ese espécimen de visitante. Hoy, la palabra turista o guiri, su sucedánea popular, abarca también al forastero nacional, pero antes sólo los extranjeros entraban en la denominación, e incluso se imponía, suscitada por la expresión "turista", una imagen de ellos caricatural: tocados, ropas exóticas, habla española macarrónica constelada en preguntas risibles, etcétera. Ahora, un concepto más actualizado del turismo ha hecho pasar todo eso a la historia, como cumple a una mucha mayor comunicación entre los países y, cómo no, al imponente manantial de ingresos deparados por la nueva industria turística allí donde ésta se instala y formaliza. Recurso que, ya lo sabemos, llega al punto de constituir en numerosos casos la base o pilar imprescindible de una economía local, comarcal y aún nacional. Pues bien, en el concierto de gran turismo andaluz y en cuanto a la ciudad de Cádiz, quede aquí constancia de que, hasta hace muy poco, poquísimo tiempo, el descuido y la ignorancia de sus gestores no han movido esfuerzos por favorecer las muchas posibilidades turísticas de una de las ciudades españolas, Cádiz, más personales y piropeadas por escritores y viajeros a lo largo del tiempo, desde Lord Byron hasta Gabriel García Márquez. Su condición de gentil atalaya romántica, alta y amurallada sobre el Atlántico, su urbanismo del XVIII, sus plurales riquezas históricas y aún la larga atracción de sus playeríos, han sido olímpicamente olvidados por quienes veían a Cádiz como un puerto comercial a secas, o cortos de mente y pusilánimes, se sentían impotentes y acobardados por el inmediato y precipitado salto, en autobuses a Sevilla, de los turistas con escala en el puerto gaditano, y que regresaban al barco luego de un vistazo no menos precipitado a las bodegas jerezanas. Pero las cosas han cambiado mucho y, sin que esas excursiones dejen de existir, el número de turistas bien encaminados sube espectacularmente, día a día, en las calles gaditanas, y se notan los cuidados de autoridades locales y particulares por fomentar esa fuente de prestigio y beneficios. Cuidados y medidas hasta hace nada ausentes de los programas ciudadanos, y pendientes aún de perfeccionamientos favorecedores de su eficacia, por ejemplo, la continua posibilidad de visitas a museos y puntos de interés turístico o monumental sin darse con sus puertas cerradas más horas de las convenientes. En cualquier caso, la buena música, la rentable balada de los guiris, ha comenzado por suerte a sonar en Cádiz, uno de los puertos más llamados y propicios a su agrado y a su curiosidad cultural.
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