_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La pérgola

PACO MARISCAL El sábado 13, festividad de San Antonio, el de las casamenteras, fue un día de calor pegajoso. Por la tarde y en La Pérgola de Castellón, se reunieron varios centenares de ancianos y ancianas, llegados de otros tantos cientos de rincones humanos de nuestros territorio. Nuestro territorio, el valenciano, no hay que inventarlo como no se inventa ningún territorio del mundo: está ahí, en la inmediatez; uno tropieza con él cuando tropieza con míticos humedales urbanizados y con artificiales tierras míticas; o tropieza a media tarde de ese sábado de San Antonio cuando acude a la ciudad en busca de la prensa y se encuentra a miles de personas de una asociación cívica de pensionistas del País Valenciano. Con música y discursos celebraban algo que el observador ocasional no acababa de entrever a causa, seguramente, del calor pegajoso y de la retórica propagandística de la plana mayor del PP castellonense, provincial y autonómico. La Pérgola del Paseo Ribalta en Castellón era un espacio abierto, rodeado de rosales trepadores y moradas buganvillas; eso era cuando la fuerza de la juventud constituía la alegría de los ahora pensionistas. Hoy contradice La Pérgola su propio nombre: es un recinto cerrado de lastimosa estética, sin las plantas y la fuentecilla de hace unas décadas; una estética fea como los discursos electoralistas y propagandísticos de los políticos del PP que asistieron al encuentro o la celebración del día de San Antonio. Junto a La Pérgola se alineaban el sábado de marras unas cuantas hileras de autobuses. Los centenares de asistentes degustaron la merienda que se les sirvió en bandejas de cartón duro; siguieron los discursos con ese silencio que impone la edad, y aplaudieron tímida y ritualmente al finalizar cada uno de los parlamentos. Entre esos parlamentos, el de Carlos Fabra, el de Joaquín Farnós, el de Marcela Miró: palabras como rosas mil de realizaciones, proyectos y alegrías. Irrisoria, un pelín irrisoria es esa retórica del PP que ofrece paraísos en cuidados médicos y edenes en prestaciones sociales. Irrisorios, un pelín irrisorios, esos parlamentos de políticos que, ayer mismo, cuando estaban en la oposición, señalaban iracundos a los socialdemócratas del PSOE, tachándolos de manipuladores de votos y de oportunistas con no se sabe cuántas terceras o cuartas edades. Versátiles como la luna, se olvidan de cuanto dijeron en el pasado reciente. Pero algo huele a pegajoso, como la calor, cuando una celebración cívica se convierte en un mitin con tintes partidistas, electoralistas y propagandistas. Y claro está, los asistentes a la celebración de La Pérgola merecen los mejores cuidados médicos y las mejores prestaciones sociales. Los rostros, la manos endurecidas, los silencios y los escasos comentarios lo denotaban: demasiado tuvieron que digerir y trabajar para percibir su modesta pensión, para tener una cartilla sanitaria, para realizar los cuatro modestos viajes que realizan cada año. Y es que los pensionistas millonarios de las clases altas no acuden a La Pérgola de Castellón en autobuses. Los rostros de La Pérgola no revelaban el bienestar social de los acaudalados; revelaban, eso sí, un pasado laborioso y sin comodidades en unas canas que, como se indica en los Proverbios bíblicos, constituyen la dignidad de los ancianos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_