La pregunta
MANUEL PERIS La pregunta que se hacen estos días los militantes socialistas valencianos convocados a las elecciones primarias para decidir quien será su candidato a la Presidencia de la Generalitat es bien concreta: ¿Quién está en mejores condiciones de ganar a la derecha el próximo mes de mayo? La candidatura de Joan Romero concita a su favor un buen número de argumentos. Por un lado, Romero ha sido capaz de liderar el proceso de renovación del partido socialista y apaciguar las batallas internas que todo cambio suscita. Por otro, sus posiciones políticas moderadas abren la posibilidad de que su candidatura consiga el apoyo de esa franja centrista del electorado que desde 1977 otorga las mayorías en este país a una u otra formación. Por poner una etiqueta y salvando las distancias, el discurso político de Romero y su reflejo ante la opinión pública podría asimilarse con el de Blair. En la zona de sombra de su perfil aparece un exceso de academicismo con una retórica que se considera poco atractiva mediáticamente y excesivamente blanda para enfrentarse a un político tan dado a la demagogia y a hablar a golpe de titulares como Eduardo Zaplana. No son precisamente esas carencias las que configuran el perfil de Clementina Ródenas. Al contrario, su discurso transmite una energía que no sólo reconocen propios y extraños, sino que incluso se critica como excesivamente dura. Paralelamente aparece más alejada del centro que Romero, lo que le avala como mejor candidata para aglutinar a la izquierda, pero como peor para atraerse a las zonas más templadas del electorado. Puestos a seguir con los parangones, sus posiciones ideológicas la situarían en un eje político similar al que posibilitó la sorpresiva victoria de Jospin. Las candidaturas de Ródenas y Romero están avaladas además por sólidas experiencias de gestión que, más allá de las luces y sombras que cualquier actividad humana comporta, pueden presentar como garantía para el futuro. Por el contrario, a las luces y sombras de la gestión llevada a cabo por Antoni Asunción en la Administración local y central se superpone el enorme agujero negro por el que se fugó Roldán. Asunción dimitió entonces salvando su honor personal, pero extendió durante meses una generalizada sospecha de complicidad de su partido con el fugado que sólo se empezó a disolver cuando otro ministro socialista, Juan Alberto Belloch, fue capaz de dirigir su captura, encerrarlo entre rejas y ponerlo a disposición de la Administración de Justicia. Con semejante losa política a cuestas puede resultar inútil preguntarse por las luces y sombras de la gestión de Asunción al frente de las prisiones españolas, caracterizada por la eficacia en la construcción de nuevos centros y el extremo rigor en el tratamiento a los presos. Es tan determinante lo sucedido en Interior, que no sólo eclipsa cualquier acción brillante que pretendiera lucir como resultado de su paso por la Diputación, sino que deja abierto un flanco muy vulnerable en cualquier confrontación electoral. No resulta raro pues que, frente a Romero y a Ródenas, la candidatura de Asunción sea la más celebrada por el entorno político y mediático de la derecha. Dicho sea con el lenguaje taurino que tanto le gusta, Asunción sería un toro fácil para Zaplana.
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