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Mundial en las chabolas

Los setenta marroquíes del poblado chabolista de Los Yelmos, en la localidad madrileña de Boadilla del Monte, no le quitaban ojo a uno de los dos televisores de que disponen. Concentrados en el partido que la selección marroquí disputaba contra la brasileña, el Mundial les hizo olvidar durante 90 minutos su miseria: la basura les rodea, consumen agua no potable de un arroyo maloliente y conviven con las ratas.El poblado chabolista de Los Yelmos surgió en torno a un arroyo de aguas no potables que los marroquíes, que trabajan como obreros o jardineros, sin contrato laboral, consumen a diario. Está en un descampado que ha quedado encerrado entre lo que serán dos nuevas urbanizaciones.

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A las nueve de la noche, hora del inicio del partido, una de las dos chabolas del poblado con televisión estaba a oscuras, sellada con puertas viejas y todo tipo de trapos. La única luz entraba por la puerta, abierta también para dejar pasar un poco de aire. Cerca de 50 marroquíes, la mayoría de los habitantes del poblado, se apiñaban en el interior del chamizo. Se sentaban sobre viejas sillas, y en un sofá con el forro roto.

Tenían la mirada fija en un moderno televisor de imagen nítida que funcionaba gracias a un generador eléctrico que había en el exterior de la chabola. Envueltos en una gran humareda, vitoreaban a su selección a medida que el locutor de televisión enunciaba el nombre de los jugadores. Unos hablaban en marroquí, otros en castellano.

Antes de que sonara el pitido inicial del partido, Jaime, un marroquí de unos 40 años, que aseguró que ése era su nombre, se afanaba en recaudar el precio de entrada al chamizo para ver el partido. "Venga, dame las 200 pesetas" le decía a un compatriota. Los chabolistas le pagaban sin rechistar. El ambiente estaba demasiado tenso como para discutir antes del partido.

Pero en cuanto el delantero brasileño Ronaldo marcó el primer gol para su selección, el clima cambió. Los marroquíes vieron que el partido se ponía dificil y se llenaron de desesperanza. Algunos dejaban la chabola y se iban a tomar el aire. Otros renegaban a gritos incomprensibles. Said, de 33 años, sin embargo no perdió la esperanza. Estaba convencido de que Hadji, el centrocampista marroquí que juega en el Deportivo de A Coruña, iba a resolver el encuentro. "Es el mejor del equipo", señaló mientras encendía un porro que se fumó "para calmar los nervios", según explicó.

Poco a poco el juego se fue definiendo y Brasil se hizo con el partido. La derrota final sembró el descontento entre los inmigrantes marroquíes. Los 90 minutos de ilusión habían acabado.

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