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Tribuna
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¿Quién sabe dónde?

Ahora que ya somos todos Federico y a la par Pepe Barrionuevo, superando viejas ideologías fratricidas y dando un paso gigantesco hacia la auténtica democracia integradora de las tierras y los hombres de España, parecería llegado el gran momento histórico de la concordia entre los españoles todos. Sin embargo, en la Administración municipal madrileña parecen no haberse enterado de la buena nueva y continúan perpetrando desmanes contra los árboles y los administrados. El Gran Tunelador ataca de nuevo y muchos ejemplares de las calles de O"Donnell y Antonio López van a ser objeto de un presunto traslado forzoso, y digo lo de presunto porque algunos vecinos de la primera, seguramente rojillos, afirman que ya se han talapodado más de sesenta. Escasas veo, pues, sus posibilidades de supervivencia. Pero supongamos que se hubieran trasplantado con mimo. ¿Recuperarían los habitantes de los distritos aludidos esos árboles? Jamás. Al menos si nos atenemos a la "jurisprudencia arbórea" madrileña.El señor Rodríguez Sahagún fue un buen gestor, un alcalde modesto, eficaz y sobrio, ajeno al monótono autobombo de las placas rememorativas de inauguraciones y presencias. Fue también un precursor en materia de túneles urbanos, y cuando inauguró el de la plaza de Castilla prometió replantar los 80 frondosos árboles que hasta entonces ornaban el jardín allí existente antaño y la estatua de Calvo Sotelo. Su prematura muerte no le dejó cumplir aquel compromiso, el protomártir volvió a su emplazamiento al terminarse las obras, y los árboles, no.

Pero recordemos hechos más recientes, como el extraño happening, todavía no hace un año, de la calle de Francisco de Rojas, ampliamente comentado en este periódico y columna. La autoridad competente deseaba construir un parking, ¿cómo no?, que, ¿cómo no?, no hacía maldita la falta. Lo primero que se hizo, ¿cómo no?, fue acometer la tala de los árboles. Cuando sólo quedaban cinco en pie y las excavadoras iban a cargárselos (allí, hasta la sierra mecánica constituía una sutileza), una heroína solitaria, Mari Carmen, se plantó ante los árboles que sombreaban su tienda, dispuesta a la inmolación. Mandaron a los geos, nada menos, para reducir a la insumisa. Mientras parlamentaban, las feroces maquinonas acabaron con dos de los supervivientes. Luego hubo una especie de "pacto del capó", y la mártir consiguió que los otros tres fueran trasplantados, mediante escayolado, por una máquina, como es debido. Ya es poner una pica en Flandes cuando, solo ante el peligro, se opone el ciudadano a una fuerza ciega y cerril, pero ¿de qué sirvió?, ¿le devolvieron "sus" árboles? ¿Dónde están ahora?

¡Quién sabe dónde!

El parking no se hizo, pero la calle quedó de pena. En la acera de Mari Carmen han plantado unos arbolitos que no van a ninguna parte, muchos de ellos torcidos (el año que viene se darán cuenta de que son un terrible peligro para los escasos viandantes y los quitarán sin esfuerzo alguno: basta con darles una toba). En la de enfrente sólo hay seis, tramo de Sagasta a Nicasio Gallego. Se ve que como nadie protestó... Pero volvamos al trauma más reciente. Van a practicar un subtúnel, en O"Donnell, bajo el paso subterráneo ya existente. Habrá más sitio para los coches (presuntos inquilinos de los parkings, etcétera), menos para la vida. En Antonio López van a ampliar las aceras, a pesar de lo cual sobran 129 árboles, que serán supuestamente trasladados con mucho cariño a Aravaca. Es que, claro, ha dicho el señor concejal responsable, algunos están "dañados" (¿cómo no habrían de estarlo, con las talapodas municipales?; ¡vaya regalito que van a hacerle a Aravaca!) y otros "han adquirido un porte excesivo para el ancho de las aceras". ¿Pero no habíamos quedado en que van a ampliarlas? Me importa subrayar la expresión "porte excesivo", porque define perfectamente la filosofía municipal de Parques y Jardines y explica su inexplicable proceder. No les interesan los árboles grandes, sanos, frondosos, amigos para siempre, esos que nos vieron nacer y acaso derramen lágrimas en nuestro entierro. Ellos quieren palitroques, bolitas, bolardines, chirimbolos, para una ciudad-maqueta, sin alma, hecha a su imagen y semejanza.

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