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Matilde Salvador

Este año han vuelto a florecer los asfódelos, -por octogésima vez en la vida de Matilde Salvador-, y su reacción ha sido muy típica: "Un músico, xiqueta, siempre tiene una octava". (Guárdenme el secreto, pero sospecho desde hace tiempo que ella se inventa el paso de los años como quien hilvana aventuras improbables). Por si no tuviera bastante con lo mucho hecho y lo bastante visto y oído, ahora le da por decir que cumple 80, para que la veamos devorarse el mundo y a nosotros en cambio nos reconcoma la envidia más insana, y caigamos presas de una irrefrenable admiración (no es que lo quiera así, es que ocurre inevitablemente al observarla). Chavarri Andújar se preguntaba dónde termina la mujer y dónde empieza el personaje, y comparaba a Matilde Salvador con la Pimpinela Escarlata: hoy está aquí, mañana en Montreal y pasado en Menorca o L" Alguer. Yo aún diría más, tras haber sido testigo de algunas preocupaciones domésticas: ahora quita el polvo a su inmensa colección de toros, poco después acompaña a su hermana al oftalmólogo y a primera hora de la tarde ensaya durante horas, con el tenor de Albacete, su próximo concierto ( aún se queja de haberse levantado demasiado tarde porque anoche se quedó pintando hasta las tantas). Son tópicas y odiosas estas comparaciones, y quizá no me las perdone jamás, pero no puedo dejar de preguntarme cuántos pedestales habría puesto cualquier otro país europeo bajo los pies de una creadora de este fuste. No les voy a contar ahora que nació como quien dice al teclado y que creció rodeada de músicos; que compuso desde niña y que fue la primera mujer que estrenó ópera en el Liceu; que el catálogo (provisional) de sus muchísimas obras es casi inacabable; que musica a los mejores poetas y que ama su tierra y su lengua. Y que se ríe cuando la vetan ( así ocurrió hace años para integrar el Consell Valencia de Cultura) por "catalanista". Pues se van a fastidiar aquellos espíritus sensibles, porque ahora le han puesto su nombre a calles y plazas, y hasta a hogares del jubilado de pueblos que no había pisado en la vida. Y cuando a la Generalitat dominada por el PP le dio por reconocerle el mérito cultural, se adhirieron hasta logias masónicas (cuya existencia desconocía, desde luego), además del todo todito Castellón sin distinción de color, sexo o religión. Suyo es, por cierto, el himno de la capital de La Plana, aunque ya se cuidará ella muy mucho de desear una calle en su ciudad: "Para eso antes hay que morirse... y no tengo ninguna intención". Ayer, a Matilde le rendimos homenaje en el Palau de la Musica, y fue un acto hermoso de reconciliación con la cultura y el civismo, de reconocimiento y afecto, para que pueda recordarlo durante al menos otros 80 años. Y quien sabe si a lo mejor, también pintarlo de colores sobre un vidrio rescatado de la basura. Cualquier cosa que le resulte divertida. Esa es la única condición que ha puesto siempre para crear : "Si yo no lo paso bien", dice, "nadie disfrutará con lo que hago. Y la verdad, para sufrir y hacer padecer, mejor sería sentarse a ver pasar las nubes...". De nubarrones y nuevos amaneceres sabe bastante esta mujer menuda, curiosa, independiente e individualista, ferozmente sincera y sorprendentemente maternal. Tenaz también, (hasta elaborar una amistad incondicional capaz de sobrevivir a serias discrepancias), vive en el Mediterráneo, que desde su piso frente al Jardín del Turia se ha convertido en una mancha a lo lejos, un sky-line de serenidad, un referente, una presencia que no necesita ni manifestarse: basta con saber que está, y que es el mismo que la envolvía cada día, en verano o en invierno, cuando Natzaret aún era playa y ella disfrutaba de una de las mejores épocas de su vida. Porque Matilde tiene muy buena memoria. Y debajo de cada acorde, detrás de cada mirada vivaz, persiste el asombro de aquella niña maravillada por la capa del tenor de Lohengrin en el Principal de Castellón. Pero también ha brotado la sabiduría y la calma de quien no está de vuelta, sino de ida, pero sin prisas: "En la vida només hi ha dues coses importants: la salut i l"amistat. La resta, xiqueta, són garambaines que vénen i van". Los asfódelos, una de las flores favoritas de uno de sus poetas favoritos (el alguerés Rafael Caria) han brotado ya 80 veces. Pero como ellas, Matilde Salvador mantiene la espalda erguida a la brisa de cada primavera.

Rosa Solbes es periodista.

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