Buscando el ideal
Un concepto generalmente erróneo de la interpretación musical es el que descansa en el grado de literalidad aplicado por el ejecutante respecto a la partitura escrita. Ésta no es más que la referencia objetiva a partir de la cual construye aquél su idea propia de la música. Y la música "no existe" sino en la medida en la que el ser humano proyecta la imagen interior de las notas a través de su pensamiento individual. Tal reflexión es obligada cuando uno se topa, como sucedió anteayer, con una inteligencia musical capaz de pulverizar las ideas preconcebidas que la tradición -o si se prefiere, la rutina- ha acumulado sobre una obra. Mucho mejor que las extensas y eruditas notas al programa, logró Anne-Sophie Mutter desentrañar lo que se esconde en los pentagramas de la beethoveniana Sonata a Kreutzer. La "pasión fatal y devastadora", de la que hablara Tolstoy, se dio por supuesto en esta versión. Pero también estuvo presente la idea, tan beethoveniana, de "por el dolor a la alegría". Dicho de otro modo: la superación del drama mediante la iluminación progresiva del discurso musical. A los estallidos fulgurantes sucedían los remansos cantables, dotados de una tensión interna que potenciaba los desencadenamientos de energía que han hecho de esta música el paradigma de un volcán en erupción. Las transiciones, vitales en la Kreutzer, venían preparadas desde la propia base sin que en ningún momento resultase forzado el discurrir de la música. En el maravilloso Andante con variazioni el violín de la Mutter "cantó" realmente el lied que lo origina. En una variación en particular, la cuarta, el sonido violinístico adquirió timbre y acentos próximos a la voz humana. Pocas veces hemos escuchado en directo un legato violinístico de tamaña redondez y un vibrato tan justo y libremente controlado. La Sonata en sol mayor, op. 96 recibió una interpretación aún más perfecta desde el punto de vista técnico. Pero incluso esta apreciación debería ser relativizada cuando uno se encuentra frente a conceptos musicales tan maduros y profundos. ¿Qué importancia tiene entonces el pequeño accidente humano, al que celosamente se cogen los guardianes de la pureza absoluta para así rebajar puntos a una intérprete genial como es la Mutter? Pero no sólo la violinista se hizo acreedora al elogio. A su lado tuvo a un pianista, Lambert Orkis, cuyo innegable oficio técnico en nada desmintió la claridad de sus ideas musicales. En un ir y venir de mutuas alusiones, piano y violín dialogaron con naturalidad y compenetración máximas. No siempre se da, en los dúos instrumentales, la sicigia de nombres que exigen los discófilos. Recuérdese el ejemplo de Fritz Kreisler y Franz Rupp, en su histórica grabación de las sonatas beethovenianas, al que podría oponerse los de Grumiaux / Arrau, Szeryng/Haebler, Menuhin/Kempff o Kremer/Argerich. Por lo escuchado el jueves, la integral de las sonatas para violín y piano de Beethoven que protagoniza el tándem Mutter/Orkis puede dar mucho juego.
Anne-Sophie Mutter Obras de Beethoven
Anne-Sophie Mutter, violín. Lambert Orkis, piano. Palau de la Música, Sala Iturbi. Valencia, 10 junio 1998.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.