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Ojos como platos

El hampa, pese a la amoralidad consustancial por sus turbios manejos, se caracteriza por tener algunas reglas de comportamiento. Una de ellas es que los hampones, entre ellos, no se hacen pirulas (engañan) ni se dan whismans (golpes bajos en argot de los bajos fondos). En caso contrario, sobre el infractor de la norma cae con fuerza el peso de una cruel venganza que a veces, en un mundo desalmado como el de la delincuencia, acaba en sangre. El del narcotráfico, que maneja insospechadas cantidades de dinero negro, no puede ser un mundo ajeno a este tipo de sucios manejos. Las venganzas y los ajustes de cuentas por liquidaciones no realizadas o por apropiaciones indebidas de partidas de droga son constantes. Uno de estos engaños puede ser el descubierto el fin de semana por los hombres de la Unidad de Droga y Crimen Organizado (Udyco) de la policía de Barcelona. Los agentes, alertados por una denuncia anónima que informaba de la venta de pastillas psicotrópicas en el complejo comercial de Les Glòries de Barcelona, montaron un dispositivo de vigilancia, detuvieron a José Antonio E. H., de 19 años, y en su mochila encontraron 14 bolsas con 1.000 pastillas de drogas sintéticas en cada una, supuestamente anfetaminas que, como es norma en las drogas de diseño, llevaban grabado un dibujo, en este caso, un elefante. Tras los análisis, morrocotuda sorpresa: las pastillas eran falsas; no eran anfetaminas y la única sustancia activa que contenían era cafeína, que se caracteriza por poner unos ojos como platos a sus consumidores -inhibe el sueño-, pero nada más. Los agentes analizan si esta partida de falsa anfetamina iba a ser introducida en el mercado al por menor -es decir, entre la gente joven que se mueve de discoteca en discoteca- o su destinatario era alguna pequeña organización de distribuidores de psicotrópicos que, ajena a la falsificación, iba a comprar las pastillas pensando que el género era fetén. Los psicotrópicos, drogas creadas artificialmente en laboratorios clandestinos, se cotizan entre 1.500 y 2.000 pesetas la pastilla. Era lo que los falsificadores pensaban pedir por sus anfetaminas chungas. Un fabuloso negocio. En proporción, casi tan grande como vender huevas negras del modesto mújol a precio de selecto caviar iraní gris.

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