La feria
La Feria de San Isidro terminó ayer, Dios salve al rey. La Feria de San Isidro se ha venido celebrando durante un mes entero -del 9 de mayo al 8 de junio-, y la vecindad de la populosa barriada de Las Ventas del Espíritu Santo no tenía culpa de nada. Pero como si la tuviese, durante esos 31 días, sin dejar uno, ha padecido en sus calles la invasión de coches y autocares, la amplia avenida de los Toreros convertida en aparcamiento, tráfico imposible, atascos, automóviles en doble y hasta triple fila, que impedían la circulación y entorpecían el tránsito de los viandantes.Madrid es ciudad peculiar en la que cualquier acontecer, incluso el más nimio, justifica el caos. Da igual que un colectivo se sienta perjudicado por una reducción de plantilla o que el Real Madrid gane la Copa de Europa; da igual que haya partido en el Bernabéu o que los amigos de las ovejas reivindiquen para ellas las tradicionales cañadas; da igual que el sector olivarero esté en crisis o que los grandes almacenes anuncien rebajas. Todo entra dentro del mismo saco: por fas o por nefás, se acabará paralizando Madrid.
La parálisis unas veces es forzada, otras consentida. Si hay toros en Las Ventas (pasa lo mismo en el Calderón y en el Bernabéu si hay fútbol), el barrio se toma por decreto -quiere decirse que el gobierno municipal otorga-, los agentes de la autoridad -más conocidos por guardias- escoltan la invasión y a la vecindad ya la pueden ir dando. Y así cada año. Y ya se ha rebasado el medio siglo.
La Feria de San Isidro posee larga historia y es un acontecimiento indudable dentro de su ámbito, pero eso no justifica que una barriada entera y sus aledaños hayan de padecer las consecuencias. Los vecinos no tienen por qué soportar la necesidad irrefrenable de ir en coche que sienten muchos espectadores. Hay espectadores que, si por ellos fuera, llegarían metidos en el coche hasta la misma localidad. Y, pues de momento no es posible (aunque todo se andará), en su defecto se aproximan a la plaza de toros cuanto pueden, lo dejan en medio de la calle ante la pasividad de los guardias, y ahí se queda, como una mosca, hasta que vuelvan a recogerlo dos o tres horas después.
Las autoridades, mientras tanto, gozan con la celebración de la feria. No necesariamente por el desarrollo de las corridas, que a lo mejor ni les gustan, pero sí por las reuniones de confraternidad con sus protagonistas célebres, por los protocolos que visten el cargo, por el intercambio de convites con notables y representaciones diversas, por las surtidas relaciones públicas a que da lugar la feria, que eso les gusta horrores.
Se rumorea en determinados ambientes de la llamada afición y afirman con ellos algunos expertos en la materia que la Feria de San Isidro ha sido un desastre ganadero, cada tarde se producía la sospecha de manipulación fraudulenta de las reses, en el propio coso se oían voces de protesta, una más alta que las restantes no paraba de preguntar: "¿A quién defiende la autoridad?" Y la autoridad, que es la Comunidad de Madrid, su equipo de gobierno, sus consejeros y directores generales, no hacía ni caso. La autoridad estaba a sus convites, sus protocolos, sus relaciones públicas, sus componendas. Verde y con asas: se infiere de ello a quién defiende la autoridad. Y la vida sigue. Si los vecinos de Las Ventas han sufrido en silencio la invasión de las calles, y dentro de la plaza los aficionados no se han amotinado, aquí no pasa nada. Los políticos que gobiernan y los taurinos que a su amparo enredan se han salido con la suya.
Llovió a cántaros durante la feria. Cada tarde, a la hora de empezar la función -que era a las siete-, el viento perverso empujaba una tétrica masa de nubes hinchadas de agua hasta reventar; con ellas, el potente aparato eléctrico que los meteoros guardan para las grandes ocasiones, y todo ello caía con estruendo y sin misericordia sobre el coso. Los toros, los toreros, el rubio albero, la rubia del tendido 4 y compañía se ponían como sopas. Muchos vecinos del barrio que no son aficionados y se quedaban en casa calentitos lo interpretaron como un castigo divino por la que venían armando. Y no se descarta. Vistos sus resultados, puede que la feria y la fiesta de toros misma estén dejadas de la mano de Dios.
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